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Carlos Barbarito







Carlos Barbarito

Pez de la Tierra
Primeros Poemas, Poemas Dispersos
Y Poesía Quebrada


Diseño de Tapa: NeoDesign Art Studio




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Derechos reservados del titular


Primera Edición Digital:
IBSN: 020-012-195-4


Colección La Lira de Orfeo
[BPA] Biblioteca de Poesía Argentina
Director de Colección: Luis Alberto Vittor







[2019]

Buenos Aires -Argentina

ANALECTA LITERARIA
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Me decidí por situar aquí un material de diversa y remota procedencia: poemas publicados en hojas de escasa tirada, en diarios y revistas, en plaquetas y, también, inéditos hace décadas guardados en los cajones de algún escritorio. No puedo hurgar entre tantos materiales sin experimentar una extraña sensación: quien hizo eso fui yo y no. Esencialmente (¿qué significa esencialmente? -se preguntó alguna vez Borges) el autor de estos poemas es el mismo que ahora escribe esta breve introducción, pero, también, pasados tantos años, mucho me aleja de ellos, los veo ingenuos, inmaduros. De todos modos, todavía hoy, compruebo de ellos sinceridad -puedo decir, sin temor a equivocarme, que estos poemas me retratan de un modo más fidedigno que cualquier fotografía mía entre los dieciocho y veintitantos-. Quizás esa ingenuidad, esa inmadurez me llevó a alguna vez no citar estos poemas en mi bibliografía; lo que no impide que ahora los recoja para testimoniar un momento en mi vida literaria que me llevó a ser este que soy. Retrato del artista cachorro -diría Dylan Thomas. De cuando participaba activamente en la llamada prensa alternativa o subterránea y repartía pequeñas revistas mimeografiadas en los conciertos de rock y viajaba cientos de kilómetros para leer ante mínimas audiencias. De cuando, en la larga oscuridad de la dictadura, anotaba mis dolores y mis sueños y casi no publicaba, no por falta de inspiración sino por ahogo, por asfixia. 1973-1985: entre estas fechas puede ubicarse lo que sigue. Quizás un poco antes y un poco después, no importa. De cada poema cito su fuente original - en caso de haber sido publicados-; al final hay un poema del que considero mi primer libro, Poesía quebrada, incluido en una colección artesanal debida a la constante, apasionada labor de un poeta, Alberto Luis Ponzo, y de un dibujante, Salvador Galup.


Carlos Barbarito




Diario de abril


Atardece, el viento penetra por debajo de las puertas
y, en las terrazas, las ropas danzan la triste música del otoño.
Veo a dos adolescentes acariciarse en un banco de estación,
ella tiene los ojos azules y él la aprieta contra su pecho.
Después, ¿buscarán una habitación
y se desnudarán el uno al otro y en silencio, la luz de una lámpara?

¿Qué es el viento? ¿Quién es que me llama por mi nombre de viajero?
¿Qué soy, quién soy que me miro en el espejo y no me reconozco?
Y la respuesta que tarda en llegar,
y mi hijo que duerme su sueño de invertebrado en el vientre de la desconocida,
ahora que estoy solo, en otoño, y ningún pájaro me sobrevuela.


(Publicado en una plaqueta titulada Música de cámara, Ediciones Kosmos, Buenos Aires, 1981; este poema, que tiene varias versiones de las que elegí ésta, fue recogido en numerosas publicaciones entre 1976 y 1980)




Tengo pocas cosas

Tengo pocas cosas, todas erradas, débiles:
recuerdos como lloviznas, un apellido que pronto olvidaré,
el corazón lleno de incertidumbres, los ojos heridos por el otoño.
Ayer enterré a mis muertos, cerré sus ojos y besé el hielo de sus frentes.
Y después lloré hasta quedarme sin lágrimas,
solo bajo la luz de una lámpara, rodeado de fantasmas,
sepultado vivo en un mundo que no me ve, no me habla ni me oye.


(Publicado en una plaqueta titulada El teatro y la demencia, Colección Fénix No.4, Buenos Aires, 1981. De éste y los restantes poemas dice Antonio Aliberti, en Estante de Buenos Aires, diario La Voz de Castelar, mayo de 1981: Barbarito dice en diez poemas más que muchos poetas en varios libros. Y hay que ser justos, nadie crece porque sí, como quien saca un tapón y se desborda; quiero decir que el trabajo anterior de Barbarito sirvió para hacer esto, que quiere remarcarlo, es importante. Un poeta que, intuyo, está para grandes cosas.)



Escrito en la pared del siglo


Qué esfuerzo el de la tibia por alcanzar al pájaro,
el del vaso por contener el alba,
el del caballo por ser mariposa.
Qué dolor el del que da de beber a su propia sombra,
el del que siempre anda descalzo sobre las brasas.
Qué número el uno irremediable,
qué desnudez la del que nunca anduvo desnudo,
la del que llora al borde del pañuelo
su hartazgo de dioses y su hambre de alimento.


(Publicado en la Revista Disámara, No.3, San Nicolás, Buenos Aires, 1984)


Nueva entrada de Cristo en Bruselas


A Daniel Mastroberardino



Porque lo andado, si vuelvo la mirada, es demasiado breve
comparado con lo que me aguarda,
adonde camino para cumplir el doble, inevitable destino
de fundir mi carne con la carne de la palabra
y perderme, más allá de nombre y medida,
ya sin palabra, destino y sustancia.
Los sueños no alcanzan para mitigar el alma,
ni la memoria de Ostende, bandadas sobre grúas y engranajes;
ahora formo un cuenco con mi mano
para que la sangre derramada no se pierda,
y pienso en el lastimado, desnudo otra vez sobre la tierra,
desnudo y desclavado, listo para andar de nuevo
desde una Bruselas de pétrea arquitectura
hacia un horizonte de enloquecidas mariposas blancas.




(Publicado en la Revista Empresa poética, No.2, Buenos Aires, enero-junio de 1985)




Reunión de fuegos


Arden los cuerpos de los muertos y el humo asciende y forma nubes
que se retuercen, espasmódicas, en el viento.

Arden las ramas y las hojas que los niños arrancaron de los árboles. A
la luz de las hogueras otro niño dice tengo miedo.

Arden las estrellas y un hombre y una mujer se buscan. Entrelazados
ya no son sino un mar único cuyas olas golpean con furia los arrecifes.

¿Arderán el papel en el que escribo, mi mano que escribe, arderé
por entero en medio del poema cuando yo esté en pantanos de sangre,
puentes de sogas y cañas tendidos sobre las bocas de los volcanes?

En mundos violentos moramos.



(Escrito hacia 1980. Publicado en Anuario de poetas argentinos, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1990. Selección de Joaquín O. Giannuzzi, Cristina Piña y Francisco Madariaga)




El peso del viento, la sed del suelo.
Sin mar, todo larvas, agujas, el cieno, los pudores.
Una edad inocente, iletrada.
Ninguna huella puede verse en el agua.
Ninguna ola entra hasta lo secreto y profundo.
El aire puro nunca se exhala.



(Inédito, ¿1978?)




Andenes llenos de frutos y de sombras. Una cortina de teatro tomada por el fuego y el fuego que se refleja en la mirada de un niño. El viento. Presagios de amor o de crimen.

Pero la vida, la verdadera vida, no empieza.

Pregunta Robert Graves: ¿Volverán nuestros oídos a recrearse en la melodía del zorzal, cantada como si la hubiera inventado él mismo? Cerca, un perro inclina la cabeza, otros perros juegan. Hileras de hormigas en algún jardín.

Pero la vida, la verdadera vida, no empieza.

Un hombre y una mujer se desvisten y uno al otro se miran. El hombre besa la espalda de la mujer y luego la mujer pasa su mano por la espalda del hombre. Afuera cenizas, hojas secas.

Pero la vida, la verdadera vida, no empieza.

Números, la palabra acacia, el sabor de las lágrimas, la corriente, el perdón, prismas, lilas, metales, pasajes, lagartijas, mitras, un espejo, una balanza, un bote, una pared, ropas al viento.

Pero la vida, la verdadera vida, no empieza.



(Inédito, hacia 1982)


Nada fue poseído nunca, ni la infancia.



(Anotación en un cuaderno, sin fecha, tal vez 1981)




El ala tiene un lado roto
y el trapo que fuera la gracia
se apolilla en un rincón oscuro.
La sangre no se agolpa,
el instante se disipa
sin bisagra ni engranaje.
Si se existe -pienso-
es por una grieta en las paredes,
un error, un sueño mal recordado,
cierta dosis de ironía
y poco más que eso.
La tierra pesa como un muerto.
No hay cielo ni en la infancia.



(Inédito, ¿1983?)




Rainer Maria Rilke y yo en el 269


El invierno reporta su frío entre los pasajeros
que duermen o conversan.
Siento que no tengo sitio en este mundo,
que es todo es ajeno y extraño,
hasta la camisa que visto, el pan que llevo en la bolsa.
Abro tu libro y leo:
Solo, ¿qué debo hacer con mi boca?
¿ qué de mi noche? ¿ qué de mi día?
No tengo amada, no tengo hogar,
lugar ninguno donde vivir.
Querido poeta de Praga,
qué poco cambiaron los tiempos.



(1982. Publicado en Poesía quebrada, Mano de Obra, Buenos Aires, 1984. El 269 es el número de una línea de ómnibus que recorre la zona oeste del Gran Buenos Aires)



PEZ DE LA TIERRA

Alejandro González Gattone fue uno de mis profesores en la escuela secundaria, el único al que recuerdo con cariño. Alguna vez escribiré sobre él. Poeta en cuyo homenaje, luego de su fallecimiento, se organizó un certamen de poesía; por un conjunto de poemas,  entonces titulado Veinte poemas, luego llamado Teatro de lirios y, finalmente, en esta recopilación, Pez de la tierra, obtuve el primer premio, en 1984. Publicado en  1985, fue mi primer libro, en el sentido técnico del término, salido de una vieja imprenta porteña que se negaba a utilizar el offset. Elegí del conjunto cinco poemas. Para acceder a la edición completa del libro: http://d-sites.net/barbarito/espanol/poemaspezdelatierra.htm



Palabra rota


Estoy estigmatizado por una muerte apremiante en la que para mí la muerte verdadera no lleva terror.
Artaud.


Nos estamos muriendo.

Andamos por la densa niebla tocando la última
cuerda de un violín que nos pertenece, solos entre
inmensos carteles de angustia, creyendo hablar o
besar cuando en verdad agonizamos de espaldas
y sin remedio.

Mientras el vinagre fluye, y el ácido fluye, y hasta
el veneno, atados a un adverbio, a un alfiler de corbata
morimos. Ciertas manchas, de polvo o de fósforo,
cierto harapo de riguroso lunes, cierta hebra de morfina
necesaria, nos arrastran aunque estemos durmiendo y
nos ponen desnudos ante el destino.

Morimos de sellos, de eternos dolores morimos, de
palos y concilios morimos, sin mares lunares, sin pájaro
en el hombro, sin una línea de garabato. Qué manera de
estarnos muriendo. Rueda de miseria dentro de rueda.
Orfandad y silencio.

El día pesa como difunto en las espaldas y hasta la
Filosofía es un niño que llora arrodillado en las puertas
de la tierra.

Nos estamos muriendo y nada de Lázaros.




Palabras en la niebla


Nos matamos porque un amor, cualquier amor,
nos revela nuestra desnudez, miseria, desvalimiento,
nada.
Pavese


Leo en la sangre de los suicidados. Sergei,
Cesare, Vladimir, ¿qué de ustedes ahora,
qué del mar sin sus ojos? La barca de amor
se estrelló contra la existencia. Está escrito.
Que el ángel nos diga cuál ha sido
la falla de nuestros corazones.

Leo en la sangre: interminable noche la
del alma. Poeta: lo más secretamente temido
sucede siempre. Oigo
los ruidos del silencio
y miro temblar la última página, al pie
de la más amarga de las galaxias.

¿Qué de ustedes,
qué de nosotros? El pájaro detuvo su vuelo
en el terrible instante del relámpago.
Bajo las uñas de los muertos
la desnudez, la miseria, la nada.

3 de setiembre de 1983.





Teatro de lirios


Dice la amo. Dice su mano es un pájaro, un ala, un ala de pájaro.
Y dice también sólo ella es capaz de entrar a su alma con una lámpara.
Su amor es tan grande que si no fuera el que es, aún así la amaría.
Si fuese Vincent van Gogh haría de su cabeza un cielo revuelto, de
sus ojos dos soles revueltos. Si fuera un vagabundo dormiría con ella
bajo los puentes, los dos envueltos en hojas de periódico.

Dice la amo y hasta llora, toma el hueso de ella y lo hace sostén y palanca
del universo, mira el mundo y es como si fuese la primera vez, o la
última.



Pez de la tierra


Yo soy el ahogado de las tierras.
René Crevel.


Contemplador de estrellas en Jagüé,
tañedor de alongadas flautas bajo el cielo de Malanzán,
alquimista en Carrizal,
ahora barco de huesos y nervios y sangre
en las oscuras aguas del Vinchina,
con los ojos desmesurados y la boca partida,
girando en los veloces remolinos,
golpeando una y otra vez contra las rocas,
sintiendo apagarse en su cerebro
la última llama de la vida.
Una silenciosa despedida a las nubes,
a las criaturas del aire y del polen,
un relámpago en la distancia
y luego la noche,
noche más cerrada que la noche,
hilos de algas enredándose en sus cabellos,
nada que pueda ser recordado,
ni una estrella en lo alto,
ni piedra de filosofía ni melodía alguna en el viento.


Carta


Yo conozco sólo tres palabras para expresarme. Tres palabras
para decir me duele tanto el pecho o nunca maté un pájaro. Qué
poco y sin embargo, cuánto. Qué forma de llevarme el bocado a
la boca, de llorar por un amigo muerto.

Tener una mano para agarrarme bien fuerte el vientre y otra
para acariciar una estrella. Dos pies para alcanzar las más lejanas
cisternas. Tener, en fin, un ojo para el asombro, otro para el amor,
otro para el alba.

Digo: si el mundo fuese de pan. Si el mundo fuese un pan. Si
el niño que me mira en este instante hablara en sueños y tuviese
la espalda de cristal. Si el niño que hoy me revuelve los cabellos no
fuese hijo y padre del dolor, hijo y padre de la miseria.

Yo conozco sólo tres palabras para asir lo inasible, para vivir
mi vida y morir mi muerte. Para entrar en lo que sangra, en lo
que tiembla, para que no se me quiebre el alma y seguir atado
a mi garganta, a mi ojal, a mi pañuelo.

Yo hablo desde abajo.

14 de marzo de 1984.




ÉXODOS Y TRENES

Atravesaba yo una tarde las vías del Ferrocarril Belgrano en dirección a la casa de mis padres. De pronto, acaso por vez primera – luego esto se volvió frecuente-  una voz me dijo éxodos y trenes. Una voz interna que mi cabeza, siempre dirigida hacia lo mágico, supuso externa. De inmediato entendí que ése, y ningún otro, debía ser el título de un conjunto de poemas que por entonces reunía con miras a la publicación en libro. Libro que obtuvo un premio del Fondo Nacional de las Artes – en la noche de premiación conocí a Olga Orozco- y en el que no figuran la palabra éxodos ni la palabra trenes. Un entonces muy joven Rafael Landea hizo los dibujos que figuran en la tapa y en el interior. Escogí un fragmento de una carta de Raúl Gustavo Aguirre, poco tiempo antes fallecido, a modo de cita –y homenaje-: El ejercicio de la poesía siempre se tratará de una tragedia, y para colmo, de una tragedia solitaria: mal leídos y peor comprendidos, los verdaderos poetas, a pesar de las apariencias, son (desde el punto de vista del público) póstumos. La ventura del poeta es otra: consiste en realizarse en su supremo acto de comunicación (que es siempre un don, una entrega de sí mismo a los otros), realizarse en el acto supremo del poema. Y allí termina lo principal. El resto es circunstancia, azar, ruido o silencio de la feria, y nada más. Literatura: el resto es literatura... Seleccioné cuatro poemas. El lector curioso que desee consultar la edición completa debe dirigirse a: http://d-sites.net/barbarito/espanol/poemasexodos.htm



Mal de piedra


Este permanente combate contra una hoja en blanco,
¿qué ofrece a mi vida? Quizá menos
que la astilla que me da en pleno rostro
cuando ando por las calles hacia mi calle.
El aire que no arde, los ojos enrojecidos,
límites inapelables: vigilia de la brizna,
burla del légamo, sangre clamando por el jaspe,
un pez fluyendo por la corriente
hasta el último fulgor del cobalto.
Ah, querido Cavalcanti, tiene que haber una puerta,
un secreto,
una llave.





I

Te nombro y se me hace de pan el alma.


II

Como un pez alongado y prodigioso,
arrojado por la tormenta o el milagro sobre la blanca arena de la playa,
ella dormía junto a mí en el soplo más puro del crepúsculo.

III

Imagino el desierto, las islas del trópico
Imagino una mañana de lluvia en Mozambique
Pienso en otros días de guirnaldas y bengalas
Afuera hay algunos gatos y cien millones de galaxias
Me hago las mismas preguntas de siempre
Doy vueltas y vueltas en la cama
Te extraño




Lautreamont


¿Ducasse? Dirás el aparecido, el vertiginoso círculo en
llamas en cuyo centro el hombre queda suspendido en
un vacío de inerte y sombría plenitud, el furioso hijo
de la crueldad que recorre la tierra para diseminar todos
los dolores, todos los venenos.

¿Ducasse? Dirás el de la existencia anfibia, el mutante,
el que concluye pactos con la prostitución y lame las
sangrantes heridas de los niños.

¿Ducasse? Diré el que escribe sentado cerca del piano,
el triste y silencioso caminante por las orillas del Sena,
el que permanece horas ante un libro que no lee, sumido
en profundas ensoñaciones, el que tiene miedo y tiembla
cada vez que la noche viene a visitarlo.




Inscripción


Dicen
que
en
un
tren
que
iba
de
París
a
Berlín
nació
un
niño
triste
como
un
lirio
cortado




BESTIARIO DE AMOR

Hasta hoy no recogido de modo individual, en papel – originalmente se incluyó en un volumen colectivo, publicado en Santa Fe, en 1992, y luego en una edición electrónica en http://www.letralia.com/ed_let/bestiario/index.htm, en 1999, con fotografías de la mexicana Andrea Miranda-, Bestiario de amor testimonia, por una parte, mi afición por aquellos libros medievales en los que los unicornios podían convivir con zorros y ciervos, y por la otra, una reunión de poemas de la que aun hoy puedo leer con gusto.  Elegí cuatro poemas. El libro, completo, en el sitio en Internet citado y en http://d-sites.net/barbarito/espanol/poemasbestiario.htm


Caballos

And by the splendid vision
Is on his way attended;
At length the Man perceives it die away,
And fade into the light of common day.
Wordsworth


La vida se compone de encuentros y abandonos:
una luz de una vela alumbrando un rostro
y luego oscuro, un pájaro
rozando una piedra con su pico
antes de reemprender el vuelo.
Bajo las olas del mar nos abrazamos,
bajo las olas del mismo mar
nos quedamos solos,
como caballos en la lluvia,
como pesados carros en el lodo;
y al amor sobreviene siempre
una cruz de sangre pintada en una puerta,
un cortejo de encapuchados
diciendo nuestros nombres
por las diez mil calles de la peste.
Yo, como todos, debo ser residuo de una forma
que nos fue arrebatada, de algo
que era como un enloquecido zumbido de abejorros,
no esto, la lluvia calándome los huesos,
el látigo golpeándome la espalda,
un carro del que tiro sin moverlo ni un poco
y tu boca, ardiendo como una estaca pero lejos...



El banquete de las cenizas


E'l silenzio ancor suole
Aver prieghi e parole.
Tasso

Hasta la astilla en el aire podrá amarte
y no yo, o un pájaro
con pico de zafiro, cualquier sombra
en una pared. Hasta en el desierto
las cañas podrán trocarse en flautas
y al fondo de la noche
alguien podrá hablar en sueños, pero yo
me inclino y beso el barro
y no hablo sino cuando estoy despierto -sólo
el que habla en sueños
es capaz de reunir sobre un cristal
el deseo y la obra.
Hasta la astilla podrá encontrarte
y poner un astro ebrio entre tus manos,
hasta el pájaro, una sombra,
menos yo. Hubo una vez
dos sobre la tierra
y el viento decía:
Es temprano...


Arcas

Los manantiales brotaban desde el fondo del mar
y las compuertas del cielo se abrían.
El arca era de madera de ciprés
y estaba calafateada con brea
por dentro y por fuera. Las aguas crecían
mucho sobre la tierra, cubrían
los montes más altos; y en el arca
ellos se abrazaban entre bestias puras
e impuras, entre cestas con carne
de pez y de cordero, frutas y panes.
Y la piedra aún limpia de sangre,
la respiración innumerable, la paloma
y el cuervo dormidos en sus jaulas,
cenizas últimas de un mundo
junto a las que ellos se acostaban, temblando.
Larga espera por el alba y los caminos.
Afuera la lluvia no encontraba reposo.


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