Home » , » Enrique Banchs

Enrique Banchs






Enrique Banchs 
El cascabel del halcón
Edición revisada y corregida por el autor




Diseño de Tapa: NeoDesign Art Studio


Edición Original Centro Editor de América Latina
Fascículo N° 35 de Capítulo
Biblioteca Argentina Fundamental
© 1968 CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA S.A.
Hecho el depósito de ley

Derechos reservados del titular


Primera Edición Digital:
IBSN: 020-012-195-4



Colección La Lira de Orfeo
[BPA] Biblioteca de Poesía Argentina
Director de Colección: Luis Alberto Vittor


[2019] Buenos Aires -Argentina
Copyright © 2007-2019 Analecta Literaria







El Timonel Ediciones - DNDA: 5208290
Todos los derechos reservados.


Copyright © 2008 - Creative Commons
El contenido de la presente edición digital está regulado
por la siguiente Licencia de Creative Commons


Permitido el uso sin fines comerciales














PRIMERA PARTE
  
  





   LA CAROLA

   Tuit eil qui sunt enamourat
   viegnent dancar, il autre non! 

  Guiará la ronda Dama Cortesía:
  tiene en estos juegos fina monarquía;
  tan sonriente y blonda
  Dama Cortesía mandará la ronda.

  Mesire el Estío, su galán y paje,
  con todas las rosas que tiene en el traje,
  doblará su busto
  cuando alce las piernas el coro venusto.

  Ya suena la aldaba del portal: ¿qué día
  sonará la aldaba con tanta alegría?
  Vaya a ver quien viene, Dama la Esperanza:
  si es enamorado métalo en la danza.

  Dama la Esperanza: ¡En!, los de la senda,
  tanta pluma blanca, tanta azul leyenda,
  vuestras voces suban hasta mis oídos:
  sepamos, amigos, por qué sois venidos.

  –¿Es éste el alcázar donde el placer mora?,
  por favor nos diga la linda señora;
  desde lejos vimos las almenas finas
  que en lugar de dardos sueltan golondrinas;

  y somos venidos por danzar un poco,
  un poco con ese ritmo santo y loco
  de las aves blancas de los palomares
  y los gnomos-niños junto a los pinares.

  Los novios dijeron. Cortesía a esto
  se asomó al portillo. Con el grácil gesto
  lánguido y galante del brazo lirado
  dice a los romeros entren al cercado:

  –Descalzad la espuela, desceñid los cintos:
  por toda visera sarta de jacintos,
  no más defensiones
  que los corazones.

  Ya estaban adentro. Gran fiesta que hacían.
  Violas y atambores música partían.
  Todos de la mano, de la mano todos,
  huelgan en carolas de diversos modos.
  ¡Dios, qué fiesta tan hermosa!
  A lo mejor de la fiesta
  nuestra señora la Muerte
  viene a meter su tristeza.

  Tres dogos negros la avanzan,
  –el Miedo, el Dolor, el Lloro–,
  palpita un haz de gusanos
  en el fondo de sus ojos.

  –Caballero de Abril, dame la mano,
  junto a mi flanco sé mi paladino;
  ¡oh, mi velado de ojos soñadores!,
  ¿no me darás tu mano de marido?


  ROMANCE DE CAUTIVO

  Mujer, la adorada
  que está en el solar,
  tus mejillas suaves
  ya no veré más.

  Hijos, los que quise,
  mi mejor laurel:
  mis hijos dormidos
  nunca más veré.

  Estrella de tarde
  que encendida vi
  sobre mi molino,
  se apagó por fin.

  Buenos compañeros
  los que en el mesón
  conmigo bebieron,
  todo pereció.

  Me cogieron moros
  en el mar azul;
  lloro en morena
  la mi juventud.

  –Me dirás, cristiano,
  trovas de solaz;
  me dirás, amigo,
  por tu pro será.


  –Trovas de mi tierra
  yo te las diré,
  princesa de moros
  que me quieres bien.

  "Hada, con tus brazos
  quiérasme ceñir:
  mis otros quereres
  finarán allí."

  –Te daré mis brazos,
  mi cuerpo y su flor;
  entra en el alcázar
  de mi corazón.

  (¡Ay, la tierra linda
  donde está la cruz,
  no he de ver ya nunca
  tu horizonte azul!)


  ROMANCE DE LA SORTIJA

  Segador del valle,
  segando la mies,
  encontré un anillo
  del dedo del rey.

  El rey fue de caza,
  por el monte fue.
  ¿No oís el baladro
  del cuerno del rey?
  Con sus mayordomos
  y su arquero fiel
  el rey fue de caza,
  por el monte fue.

  Pasaron los años,
  tantos como diez.
  El rey fue de caza,
  nadie sabe de él.

  Segador del valle
  va la senda a pie,
  la alforja en los hombros,
  al cinto un cordel.
  Como los romeros
  de Jerusalén,
  segador del valle
  va la senda a pie.
  Llamó a los palacios,
  palacios del rey
   un arquero viejo
  por abrirle fue.
  –Llévame a la reina
  sin más de vagar,
  buen arquero viejo
  de mirar en paz.–
  (La reina ha diez años
  llora su orfandad.
  ¡Oh, mi buen amigo,
  cuándo volverá!)
  –No llore la reina
  de hoy más su orfandad;
  no llore la reina,
  que el rey torna ya.
  Diez años anduve
  vagando al azar;
  yo soy tu velado,
  mírame la faz.

  En mis ojos suaves
  tu figura está
  reflejada como
  la luna en el mar.
  –Romero, en tus ojos
  mi frente no está
  reflejada como
  la luna en el mar.
  Las barbas queridas
  otros tonos han:
  las tuyas son blancas
  como el azahar.
  –Diez años que anduve
  vagando al azar
  bien me las tornaron
  como el azahar.
  –Manos que tenía
  no eran de mortal,
  finas y clementes,
  llenas de bondad.
  –El sol de los campos
  las puede cambiar:
  rocíos y nieves
  las dejaron tal.
  Mírame este anillo,
  de él te acordarás:
  me lo diste antaño
  por la Navidad.
  –¡Oh!, mi buen velado,
  me perdonarás:
  yo te di ese anillo
  por la Navidad.–
  En esto que estaban
  oyeron llamar
  con la aldaba de oro
  del palacio real.
  Llega el rey, que antaño
  se fuera a cazar
  tras un ciervo blanco
  que vio en el pinar.


  BALADA

  En el hostal de la Gata de Plata,
  muerta la niña la villa miró;
  en el hostal de la Gata de Plata,
  con su guirnalda en las sienes quedó.

  Toda la casa ha quedado desierta:
  sólo una alondra en el viejo blasón;
  toda la casa ha quedado desierta
  cuando la niña rindió el corazón.

  Hombre del rey ha llamado a la puerta;
  con su guirnalda la muerta fue a abrir.
  Hombre del rey que has llamado a la puerta,
  más te valiera en la noche partir.

  –¿Qué me darás a yantar, coronada?
  (¡viento tan triste en el patio gimió!...)
  ¿Qué me darás a yantar, coronada,
  qué me darás, si el hogar se apagó?

  –No te daré de los vinos felices,
  ni de la carne, señor, te daré;
  no te daré de los vinos felices,
  sobre mis labios apaga tu sed.

  Sobre sus labios bebiera del vino
  de los viñedos de la Eternidad;
  sobre sus labios bebiera del vino:
  hombre del rey su camino no hará.

  Dados las manos los viera la villa;
  muertos los viera y al pie del hogar;
  dados las manos los viera la villa,
  cuando la alondra se puso a cantar.



  ROMANCE DE LA CEGUEZUELA


  ¡Qué pálida estaba
  la reina esta noche
  entre los cojines
  del lecho de robles!

  ¿Le habrá hecho querella
  nuestro rey preclaro,
  y a los blancos hombros
  le arrojara el jarro?

  ¿O ayer por la tarde
  bebiera la sidra
  con la barragana
  sobre la rodilla? ...

  –Mujer, ten un poco
  tu lengua maldita:
  palidez es esa
  de recién parida.

  Ayer en la tarde
  librara la reina
  de una niña, pero
  le naciera ciega.

  ¡Pobre la naciente,
  que tiene sin vida
  los dos luceritos!...
  ¿Cómo mirarían?...

  El señor magnífico
  (¡que su ángel le vele!)
  llora, llora y llora:
  no sabe qué hacerse.

  Y los cortesanos
  se hablan en voz baja;
  de los ojos muertos
  tiran señas malas:

  Villas las más lindas
  cogerán los moros,
  y a los recentales
  comerán los lobos.

  Manda el rey se junten
  los sabios del reino;
  manda el rey a todos
  que digan su seso.

  Ya son en su junta...
  ¡Cuántas barbas luengas! ...
  La menor de todas
  dos codos midiera.

  Miraron los viejos
  sus astrologías.
  Bien que las miraron;
  mejor no sabrían.

  Con cuchillos nuevos
  una bruja matan.
  Al claro de luna
  miran sus entrañas.

  Beben del buen vino;
  yantan los lechones;
  duermen sobre sedas,
  según sus sabores.

  Luego que hacen pascuas
  se pasan decires,
  se tornan sañudos,
  y estas cosas dicen:

  "Vendrá una paloma
  más que el sol de blanca,
  picará en sus ojos
  y tendrá miradas."

  Las manos bañadas
  en la fuente fría,
  la infantina oye
  la copla en la villa:

  "Vendrá una paloma
  más que el sol de blanca,
  picará en sus ojos
  y tendrá miradas."

  Espera y espera
  paloma de otoño
  que traiga en el pico
  la luz de sus ojos.



  A RAMBAUD DE VAQUEIRAS

  Mi buen Rambaud, ¿te acuerdas de antaño en Lom-
                                                                          [bardía,
  cuando junto a los lagos tu guitarra gemía   
  y como un buen arquero que dejó las banderas
  ibas sin una sola libra en tus faltriqueras?

  No tenías más dama que una estrella del cielo,
  te vestían tus manos, dormías en el suelo,
  comías por limosna de alguna mesonera...
  ¡Pero tu corazón estaba en primavera!

  De la casa paterna te acordabas a veces
  y de las lagartijas cazadas en las mieses
  y del buey de ojos tristes que rondaba la noria;

  y por no tener lágrimas, juntabas a los niños;
  les decías tus coplas, tramadas en cariños:
  coplas para la dama, coplas para la gloria...


  ROMANCE DE MORERÍA

  Se está velando la luna
  sobre las Torres Bermejas.
  Granada duerme su sueño,
  plácido, como de abuela.

  La plaza de Vivarambla,
  vestida de luna nueva,
  duerme unos plácidos sueños
  de cementerio de aldea.
  Al amparo de un pórtale,
  pórtale que bien la cela,
  suspira Zaida morilla,
  Zaida, la mora discreta.
  Esa brisa de las noches
  desnuda un poco la encuentra,
  que tan sólo una almejía,
  tan sólo, la mora lleva...
  Siendo entre sueños dormida,
  malos sueños se le allegan:
  Un su hermano general,
  general de las galeras,
  está con los brazos rotos
  muriendo al pie da la puerta...
  Pronto se tira del lecho,
  pronto se envuelve una tela;
  corriera donde el amigo
  que muere al pie de la puerta.
  Corriera, mas sólo el viento
  llora en la calle su pena.
  Rato estuvo en el pórtale
  bajo la luna de seda.
  Sobre un alfáraz ligero
  ve temblar una bandera.
  El paso de ese caballo
  sobre la losa no suena,
  y la bandera que viene
  parece un copo de niebla.
  Caballero el que la trae
  es sombra de ánima en pena,
  sombra su lanza lunada
  y sombra la tunicela.
  –Zaida, rosa de jardines,
  te traigo una linda nueva,
  mensajero de tu hermano,
  general de las galeras.
  Rubia más rubia que el oro
  me sigue a pie una doncella,
  princesa de las Españas,
  que fue nuestra prisionera.
  A tu merced te la traigo
  porque te calce las medias
  y te peine los cabellos
  y te diga cantilenas.
  – Dijo así la vagabunda
  sombra en la calle desierta;
  dijo, y luego sólo el viento
  llora en la calle su pena.
  Zaida, la mora; dormida,
  en el pórtale se queda ...
  Granada duerme su sueño,
  plácido, como de abuela.


  ROMANCE DE LA PREÑADITA

  Mañanita era de mayo...
  Le doliera el corazón:
  como niña recatada
  esa cuita bien guardó.
  No me digan por qué llora,
  porque bien lo supe yo,
  y lo saben los olivos
  y también el ruiseñor.

  Un día la niña estaba,
  un día, cociendo pan;
  sus parientes ayuntados
  dan por ella en preguntar.

  Cuándo estuvo en sus mirares
  así quieren preguntar:
  –Mujer de nuestro linaje,
  quieras decir la verdad.

  Si la saya se te acorta
  por delante y no detrás,
  y de basca y de palores
  andas siempre, ¿qué será?

  –Hombres de nuestro linaje,
  querré decir la verdad.
  He bebido el agua fría
  de la fuente del pinar...

  – ¡Miren esta mentirosa
  cómo nos quiere engañar!
  No será esta loba astuta
  la que nos engañará.

  Te tajaremos las faldas
  por vergonzoso lugar;
  no más en todos tus días
  comerás de nuestro pan.–

  Por la vereda del valle
  la niña llorando va.
  No llores blanca paloma
  sin grano y sin palomar.

  Primavera era llegada,
  primavera ya llegó.
  La niña pariera un ángel,
  ángel de Nuestro Señor.

  Cuando la madre se muera
  santas cabe ellas estarán,
  y en vuelo de alas azules
  al cielo la han de llevar.


  LOS NIETOS DE THESPIS

  Junto a la puente por hacer danzas
  paran el carro de malandanzas.

  Dos hembras blondas y tres donceles,
  un perro, un toldo, los oropeles.

  Ellas dejaron una mañana
  furtivamente la casa aldeana.

  Y a medio hilado la rueca fina
  junto a la puerta de la cocina.

  Ellos trocaron viejos misales
  por folios de autos sacramentales.

  Al pie de un santo que está en martirio,
  cogen el tirso, dejan el cirio,

  y en la carreta del hortelano
  corren las villas este verano.

  ¡Cuánta doncella deja la villa
  por ver el auto de maravilla!

  Bajo la tela de rojo vivo
  juegan a Lázaro redivivo:

  Jesús se acerca con el pausado
  porte de un César por el senado;

  como no hallaran túnica, ahora,
  va el Galileo de usanza mora,

  con una ajorca, los pies desnudos
  y al cinto el bolso de los escudos.

  Con su cayado de almendro
  toca al muerto falso sobre la boca.

  Y cuando dice: levanta, hermano,
  fraternalmente le da la mano.

  Lázaro abre los ojos grises...
  Caen tres o cuatro maravedises.


  SYLANORA

  Sylanora la bruja se ha sentado en el suelo
  toda desnuda como la estatua sibarita,
  y alegra los dos ojos de cervatillo en celo
  en una salamandra que en su mano palpita.

  Tiene la edad de un ángel: es nubil, vieja, niña.
  Sobre la piedra cóncava está el fuego.
  Y el fuego dora sus tetas como racimos de una viña;
  y ella es la viña viva del mal oculto y ciego.

  Trazó en el suelo blanco dos órbitas fugaces,
  luego alumbró en los trazos lucecitas medrosas:
  esas son las estrellas de los recién nacidos.

  Los labios tiemblan. Tiemblan sin suspiros, sin
                                                                    [frases;

  y van muriendo todas las luces temblorosas,
  como pinzones nuevos, en invierno, en los nidos.

  
  LA JUGLARESA

  La hija del rey quiere ser juglaresa:
  junta la nuca al talón de marfil,
  suena el papiro del gay tamboril,
  muerde una llama en los labios de fresa.

  Con los lebreles que están en la estancia,
  con las doncellas que péinanla al sol,
  con un su amigo, –gentil capiscol–,
  sabe jugar unas farsas de Francia.

  La hija del rey quiere ser juglaresa;
  ya en las tabernas Morgana será
  y en los retablos de natividad
  Virgen María de casta simpleza.

  Bien se acostumbra a dormir con el frío,
  bien se acostumbra a comer a lo ruin;
  noche pasada durmió en el jardín
  y aún tiene llena la piel de rocío.

  Sólo entecada de su cabellera,
  sobre el ombligo un bordón de oropel,
  y entre los senos un gran cascabel,
  hace la danza de la primavera.
  ¡Ay!, le llevaron al rey este cuento:
  Rey, por tu hija tendrás gran pesar,
  pues nos semeja que haráse juglar:
  bien lo verías que no es un comento.

  Mésase el rey la su barba bellida,
  donde la niña sañudo se va:
  tanto con varas de mimbre la da,
  tanto la da, que la deja sin vida.

  Dos ángeles bajaron,
  lleváronse la muerta:
  orad, compañeros,
  por ella. Así sea.


  EN LA TARDE

  Mientras van las muchachas por el agua a la fuente,
  con la herrada en los hombros, cogiendo de camino
  vellones que han quedado presos en el espino
  por la mañana, al paso del rebaño indolente;

  desbrotando en sus manos una vara de pino
  medita los misterios que tiene la simiente,
  el escoliasta. Dentro del templo de su frente
  se mueven las ideas. No como remolino

  de hojas secas que el viento lleva al pie de los mu-
                                                                             [ros,
  sino como una pálida teoría de estrellas         
  de viaje imperceptible por círculos obscuros.
  Y ve que la simiente, como la luz de oriente,
  es buena. Y en su alma se alegra. Las doncellas
  con la herrada en los hombros van por agua a la
                                                                      [fuente.


  LA MUERTE DEL TROVADOR

  Dex, tes jugleres al esté 
  toz tens, et yvers et esté 
  de ma viele seront rotes 
  en oeste nuit les cordes totes.
  Hanris d'Andeli

  Llévenle del vino viejo,
  denle faisanes trufados,
  velen por él las doncellas,
  que esté mejor que un legado.
  Al son de una mandolina
  más suerte nos ha venido
  que si los lirios del valle
  fueran oro florecido.

  Mas suerte nos ha granjeado
  con su dulce mandolina
  que si a todos nos besara
  la ilusión de nuestra vida.

  Cuando nos llegó en la tarde
  caía una blanca nieve,
  brujas andaban llorando
  y aullaban nuestros lebreles.

  Blanco de nieve como una
  azucena de los valles,
  sonó el trovero el alegre
  cuerno de los caminantes.

  –Hombres de armas, si es la brisa
  hagan la cruz sobre el pecho;
  si es caminante quien llama,
  denle del pan y del fuego.–

  Cuando fueron por abrirle
  le encontraron desmayado,
  los grandes ojos abiertos
  orlados de orla de llanto.

  Donde el hogar ya lo arriman,
  con paños finos le secan,
  ya las manos sin colores,
  ya la suave cabellera.

  Sobre el pecho tiene escrito
  bordado sobre xamete:
  "Amigos, si le halláis muerto
  su corazón devolvedme".

  Quien bordó este mote fino
  fue Clara, la bien nacida,
  que hogaño pena sus culpas
  en celda de una abadía.

  Bien lo secan, bien lo velan,
  bien lo miran, bien lo cuidan;
  cuando le torna la vida
  a estancia tibia lo mudan.

  Su mandola la guardaban,
  guardábanla a guisa de oro,
  y el pliego de las canciones
  lo ponen con los tesoros.

  –Llévenle del vino viejo,
  denle faisanes trufados,
  velen por él las doncellas,
  que esté mejor que un legado.

  ¿Quién sabe no es un hermano,
  hermano de armas que tuve?;
  como aquel mi compañero
  tiene los ojos azules.–

  Luego la dueña: –Es tal vez
  un serafín que ha llegado
  por saber si somos buenos:
  ved sus ojos azulados.

  –¿Quién sabe –dice la niña,
  – si no es mi dueño y amigo?
  Tiene los ojos azules
  y en ellos tristezas miro.–

  Cuando le llevan el vino,
  ¡qué vino que huele a pomas!
  cuando del manjar le llevan,
  ¡qué manjar que sabe a rosas!

  Las doncellas que le velan
  dan voces de que está muerto...
  Amigos, así se apagan
  en la aurora los luceros.


  LA COPA

  Fantasmas en la noche,
  con labios invisibles,
  han dicho una palabra.
  Y en las zarzas se asoman,
  tímidos, uno a uno,
  los gnomos que tan sólo
  salen a media noche
  a recoger bellotas
  y agua de la fontana.
  Como las viejecitas
  de los cuentos de los niños,
  los gnomos, uno a uno,
  salen de entre laureles.
  –Hijos de las estrellas,
  traspasando los siglos
  cual pasa una saeta
  los fosos de un castillo,
  he venido hasta el prado
  donde cogéis bellotas
  y agua de las fontanas
  en la hora de la muerte.
  –Oh, brote de la viña
  gloriosa de las gestas,
  que el tesoro de Nybling
  arrojaste en el lago.
  El tesoro de Nybling
  tenía ópalos finos
  como uñas de sirenas,
  y esmeraldas clarísimas,
  y esmaltes milagrosos,
  y todas las sardónicas
  del harpa suave y magna
  de Salomón, tirano ...
  Pero había una copa,
  más que todas divina,
  toda de oro labrado,
  donde un forjador puso
  a Deucalión y Pyrra
  llorando en el Parnaso
  la desnudez del mundo ...
  –Hijos de las estrellas,
  aquella copa mágica,
  más que todas divina,
  toda de oro labrado,
  la traigo bajo el manto.
  Dadnos la copa mágica,
  ¡oh, Sigfrido, oh, Sigfrido!,
  dadnos la copa mágica,
  más que todas divina,
  para beber en ella
  el elixir de lirios,
  que pone en el cerebro
  la alegría del cielo
  con la paz de la muerte...
  Porque antes fuimos, antes,
  los gnomos de las danzas
  la luz de la luna,
  con caperuzas rojas,
  con escudos de hongos.
  Y hoy, hombrecillos trágicos,
  tenemos en los pechos
  el dolor de los hombres:
  la conciencia del mal...
  Dadnos la copa mágica,
  sombra de la leyenda.
  (Y el ruego era un gemido
  largo, como de harpa
  que cae en los umbrales
  de un palacio desierto.)
  ... Una mano invisible
  la crátera ha tendido...
  En la copa de oro
  beben los geniecillos
  la alegría del cielo
  con la paz de la muerte.
  Y la sombra del héroe,
  por siempre silenciosa,
  con Balmung a su cinto
  se desvanece como
  la burbuja en la llama.
  Donde estaba su sombra
  vienen haces de cuervos.
  Después no hay más que luna
  sobre las piedras blancas
  donde duermen los cuervos.


  EL AGUILUCHO

  Las lanzas del Cid están ayuntadas.
  Sale el sol. ¡Qué bello, Dios, el sol que sale!
  Las barbas del Cid están alumbradas
  del sol, como rosas de un bello rósale.

  Un aguililla se paraba en la
  Segur del Moro, Villa de Fuerza: Cide
  Ruy Díaz de Vivar. –Cid, tenia
  en la cabeza, Señor, no se te olvide

  que el pájaro trae gloriosa promesa;
  lo soltaron los ángeles del cielo:
  la corona apretará tu cabeza.–

  Mío Cid con la mano asusta el ave.
  Mío Cid dice: por nada de este mundo
  contra el rey alzaré la espada grave.


  BALADA DEL PUÑADO DE SOL

  –¿Llenas están las herradas, mis hijas?
  –Madre, lo están, las llenamos a colmo.
  –Id, pues, si vos place, a correr por el prado
  junto al molino cercado de chopos.

  Yo velaré vuestros pasos, muchachas,
  con las miradas, sentada en el poyo
  donde se parte la leña, a la sombra
  suave que dan los aleros del chozo.–

  Ya Ploracina, Ginebra y Eglé
  van por el prado seguidas de un dogo;
  y de la mano las tres cantan una
  copla más linda que un lirio de oro.

  Cuando un hurón encontraron las niñas
  acurrucado en el mijo oloroso,
  –Dinos, hurón de los campos, en dónde
  la castellana guardó su tesoro.–

  Pronto ganó su cuevita el hurón
  ante los ojos sombríos del dogo.

  –¿Ahora qué haremos? –se dicen las tres.
  –Yo una corona querré de madroño
  todo florido, y tendré entre los bucles
  perlas de sangre metidas en oro.

  –Yo quiero ir a bañarme en la ría
  llena de ranas y llena de lotos;
  sobre la piedra con musgo acostada
  me miraré en el cristal tembloroso.

  –Yo quiero sol que se quede en las manos
  y que se pueda tocar como un copo;
  a puñaditos cual nieve, ¡oh, hermanas,
  pronto cojamos el sol de este otoño!

  –¡Ah! ¡ilusa, ilusa!; ¿no ves cómo brillan
  dos semillitas de sol en mis ojos?
  –¡Ah! ¡ilusa, ilusa!; ¿no ves mis dos trenzas
  blondas, sembradas de sol de este otoño?–

  Eglé, que es simple de alma, no escucha:
  alza las faldas y cae el sol blondo;
  y el delantal se llenó de ilusión,
  y el delantal se llenó de tesoro.

  Ya Floracina, Ginebra y Eglé
  van por el prado seguidas de un dogo.

  –¡Ave María!; ¿qué hicisteis, mis hijas?;
  hijas, ¿qué hicisteis allá por el soto?
  –Yo hice una linda corona de flores.
  –Yo me bañé con espumas y lotos.

  –Madre, ¡qué bello regalo de pascuas!:
  traigo una husada de sol oloroso...–

  ¡Ay! ¡sólo sombras halló entre los brazos
  porque la Noche tocaba ya todo!

  
  ROMANCE DE CIEGO

  De Ponciano, varón firme,
  los hechos ¿quién contará?
  Yo, de la flor de la vida:
  la muerte–quiero contar.

  En Roma, la gran nombrada,
  un hombre subió a imperar:
  no la ganó por saberes,
  tampoco por leche real;
  mas por combate muy fiero
  medró mucha autoridad.
  Cogió el poder en la hondura
  de su broquel militar,
  como niñuelos que cogen
  la fruta en el delantal.
  Maximino era nombrado,
  no lo queráis olvidar.

  Maximino, ese rey vano,
  hinchado de vanidad,
  alzaba pecho tras pecho
  y todo era para holgar;
  no lo metía en las arcas
  todo el oro que le dan,
  lo aventaba en fantasías
  que nunca querré contar.
  (Todas las cosas podridas
  en escrito no estarán.)
  Tenía un pie mal nacido,
  daba risa al caminar,
  las gentes que le seguían dicen:
  ¡Y qué bello andar!;
  un ojo tenía muerto
  circuido de enfermedad;
  su compañía gritaba:
  ¡Ve más que un buen gavilán!
  Mas no precies las palabras
  lo que quieren figurar:
  frase de cortesanía
  por grano viejo la habrás.
  Este rey que está en escrito
  a Orígenes hizo mal.
  Orígenes casó el seso
  humano y el divinal.
  Siete doncellas a un lado
  oyendo su labio están,
  siete mancebos al otro
  oyendo su labio están,
  componiendo sus dictados
  liliados de santidad.
  Si ahora no está con los santos
  el cielo responderá.

  Ponciano, pecho de plata,
  flor del jardín del Señor,
  en la era de trescientos
  por nosotros padeció.
  Fuera viejo, fuera papa,
  sideral predicador,
  decía el discurrimiento
  como en mayo el ruiseñor.
  El pan que daba a las viudas
  con su mano lo amasó;
  la voz que daba a los vanos
  la alzaba en su corazón;
  las siete artes sabía
  como buen entendedor;
  las siete artes sabía
  mejor que las sabéis vos.
  Era de manos ligeras,
  de finos ojos de azor,
  los cabellos blanquecidos
  entre anocheció y nevó.
  Como bajo vieja capa
  se oculta buen bebedor,
  bajo su túnica pobre
  moraba un santo varón.

  Nadie quiso que sus dioses
  los vayan a derrocar,
  porque la ilusión más vieja
  es la más dulce verdad.
  El emperador que viera
  que los dioses andan mal,
  por no trocar sus costumbres
  arruina la cristiandad.
  A los cristianos de precio
  mandábalos tormentar,
  unos que beban amargo,
  otros al río echarán.

  A Ponciano, varón firme,
  lo fueron a tormentar:
  –¡Eh!, ¡mentiroso, piojoso,
  cuero hinchado de maldad,
  tus ángeles de seis
  ¡alas ahora te librarán!
  – Los ojos no alzó del suelo
  con humillación sin par,
  los ojos no alzó del suelo:
  ¡fructifique su humildad!
  Bajo estandartes gentiles
  lo llevan ribera al mar,
  lo meten en una nave
  que estaba ribera al mar.
  La negra nave ligera
  volaba en el blanco mar;
  oía la voz del santo
  la golondrina del mar,
  y las estrellas lloraban
  sus lágrimas en el mar.

  En la tierra de Sardeña,
  que la tierra no se ve
  porque está dormida bajo
  paños de pesada mies,
  donde pisan las sandalias
  y hacen ruido de rabel
  porque están pisando espigas
  que revientan bajo el pie,
  a Ponciano allí dejaron
  con su báculo y su fe,
  con un cuenco de madera
  y con su manto también.
  (No lo usaba por la nieve,
  pero sí por desnudez.)
  La nave de alados remos
  las ondas aró otra vez
  alegremente en los mares,
  más ligera que otra vez:
  la vuelta a la arena patria
  divinizaba al bajel.

  Ponciano, ese varón firme,
  sus días allí contó,
  y cada día sacaba
  un mal de su corazón,
  como se poda un sarmiento
  si el invierno se anunció.
  (Siempre se anuncia la muerte:
  podad vuestro corazón.)
  Ponciano, ese varón firme,
  como vivía, vivió.
  Es sello de almas alertas
  no enflaquecer el valor,
  no trastrocar las costumbres
  por más que pegue el dolor.
  Predicaba en el desierto,
  por eso no se inmutó:
  le oía el trigo espontáneo,
  la oruga y el nardo en flor;
  por oír los labios papales,
  la golondrina bajó.
  Y estaban todos sus gestos
  vestidos de blanco sol:
  ropaje de más riqueza
  no lo tuvo emperador.
  Y él estaba con sus manos
  bendiciendo el nardo en flor,
  y él estaba con sus hombros
  benditos de blanco sol.

  Quinciano y Severo, cónsules,
  la nave tornaba allí;
  volvía la negra nave,
  pero era con carga vil.
  Marineros descendieron
  (¡que no muriesen allí!),
  preñados los gordos vientres
  con la pasión más ruin.
  –Ponciano, por nuestras manos
  hoy día habrás de morir.–
  Ponciano que nada dice
  maguer propincuo su fin.
  Naciérale una sonrisa,
  sonrisa de serafín,
  como hombre que bien sabía
  lo vano de este vivir.
  Hincó los blancos hinojos,
  dobló la cabeza, así
  que los cabellos ancianos
  cayeron –girón de lis–,
  alando las dos mejillas,
  y dijo sin odio: Sit.
  Irrumpieron los villanos
  clamores que sólo oís
  entre águilas de espolario.
  Dieron al hombre infeliz
  unos con varas de almendro,
  que hacen el aire gemir;
  otros, con varas de pino,
  que hacen los huesos crujir...
  hasta que lo dejan muerto,
  muerto lo dejan allí.
  El alma se fue volando
  como una paloma gris.
  Palomas grises que vienen
  quieren su cuerpo guardar;
  no lo coman las hormigas
  que juntan grano cereal;
  abejas sin miel no injurien
  sus ojos que no verán.
  Tal milagro será hecho
  que los libros lo dirán,
  lo dirán en letras de ágata
  que no se puedan borrar:
  Las hormigas que viniesen
  al cuerpo pontifical,
  al tocar la piel del santo
  diamantes se volverán.

  Cuando es la primavera,
  ¿sabéis?, canta el ruiseñor
  con esa canción tan fina...
  La primavera llegó
  con esa canción tan fina,
  dicen las gentes: –Señor,
  ¿dónde está Ponciano, pecho
  de plata? ¿Vive o murió?
  – Una palabra escondida
  decía: –El santo murió;
  Sardeña, la muy granada,
  tiene sus huesos al sol.
  Ireisle a buscar ahora
  que primavera llegó.–
  A buscarlo fueron todos:
  San Fabiano acaudilló.
  En negra nave ligera
  lo traen por el mar azul.
  Rodeado de grandes cirios,
  que dan las luces en cruz;
  rodeado de sollozares,
  de lira, flauta y laúd,
  todas las constelaciones,
  las del Norte y las del Sud,
  miraban su cuerpo blanco
  ceñido de blanco tul.

  Gloria a los santos humildes,
  copas eternas de miel;
  gloria al esfuerzo, a lo bueno,
  a la pureza y la fe;
  gloria a los pobres copleros,
  que hacen la vida querer
  (¡bendito sea el que escribe!):
  pueda algún día tener
  alguna corona seca
  sobre el lecho, en mi vejez.


  LA FUGITIVA

  Disanto de estío vino un buen cardenal;
  por besarle el anillo los fijosdalgos van;
  castellanita blonda, palomita torcaz,
  el anillo que tiene no lo quiere besar.

  –Hija, por cortesía, quieras no serme infiel:
  si el anillo no besas no has de pasarlo bien:
  tus años a pan y agua tocarán la vejez.
  –Besar esa amatista nunca lo querré hacer.–

  Viéronla las hermanas por la campiña huir
  seguida de su cauda de seda carmesí;
  la vieron en la fuente sacarse su chapín:

  A la sombra de un pino, de un pino, se sentó,
  y así estuvo mil años, mil años del Señor,
  oyendo las canciones, canciones del oriol.


  ERMITAÑO

  Con el pecho en la hierba y en las manos la frente,
  Blaysen, el ermitaño, se contempla en el lago.
  Lo mismo que un nenúfar que se abre suavemente,
  Blaysen, tu barba se abre sobre el espejo vago.

  Recuerda el hombre bueno de aquel su tiempo aciago
  en que era conde de armas y en pos de sí su gente
  rendía nobles burgos, y en el fanal de un puente
  colgaba a la bagaza y al pícaro y al mago.

  Mas luego, visitado su corazón del beso
  reno de un arcángel, mató sus vanidades
  como la lumbre de una candela... A todo eso

  en un sopor de estío, ve Blaysen por los llanos
  venir los dulces días cual coro de dríades,
  y el último de todos trae un nimbo en las manos.


  EL PALADÍN DICE A DURENDAL, 
  SU BUENA ESPADA

  ¡Oh! ¡Durendal la del pomo de cruz!
  ¡Oh!, esposa mía de clara virtud,
  bien en mi cinto ceñido de tul,
  donde te ató como un rayo de luz
  nuestro señor el buen rey Carlos, tú
  bien semejabas el hierro de algún
  ángel de Dios que dejó el cielo azul.
  Aoí.

  ¡Oh!, Durendal, ¿si tendrás corazón?:
  vas a la guerra y te llenas de olor
  como una rosa de buena estación
  y te sonríes al rayo de sol.
  Cuando el monarca de barbas en flor
  llora la pena que siempre lloró,
  lágrimas de oro tu lama vertió...
  Tienes cuajada en el puño que no
  pudo tocar en sus días felón,
  sangre de santo Basilio, señor
  de los romeros heridos de amor.
  Ya mi suspiro se acaba y mi voz:
  ángeles blancos te lleven a Dios.
  Aoí.
  No caerás en poder del infiel;
  antes te quiero en el suelo romper:
  quebrantaré el fino acero a mis pies
  con las reliquias que tiene y también
  con ese beso que Auda una vez
  diérate al irme del suelo francés...
  Siete años llenos, mi orgullo, te alcé,
  siete en España la bella y cortés.
  Dice el gascón, dice el barcelonés:
  ¡Cuánto es valiente la espada, mi fe!,
  y hasta la nieve que nace en la sien
  del Pirineo: ¡qué hermosa que es!
  Yo conquisté por tu tajo y mi fe
  la Normandía, el Anjou y también
  Dulce Provenza, Romana y aquel
  reino del hosco teutón y el inglés.
  En Aquitania ¡qué bien te mostré!;
  en la Polonia te puse un laurel
  y coronada volviste a mi rey...
  Dios, que me llenas de sombras la sien,
  déjame ir a tu faz con la fiel
  mi Durendal en las manos. Amén.
  Aoí.


  CANCIONCILLA

  –¡Ay! que me siento llagado;
  ¡ay! que me siento morir;
  ¡ay!, ¡quién fuera el bienhadado
  que me quite este sufrir!

  –Señor, pare en esta villa;
  señor, si le place, esté;
  señor, entre en la cancilla,
  que al físico llamaré.

  –Niña rosada, mi cuita,
  niña rosada, eres tú;
  niña rosada y fresquita
  como flor de juventud.

  –Buen amigo, si me quiere,
  a ver a la madre irá;
  buen amigo, si la viere,
  la madre contestará.

  –Lucero, como corona
  mis besos te ceñirán;
  lucero, tendrás la dona
  de una saya de fustán.
  –¡Ay!, peregrino que pasa,
  no se me quiera morir;
  ¡ay!, peregrino, en la casa
  venga conmigo a dormir.


  LA JUSTICIA

  Sobre el camino, grande Carlos de dulce Francia,
  manso y solemne, parte justicia a sus vasallos,
  como un padre que parte los panes de la cena.
  Por escabel le dieran dos brazadas de pámpanos,
  Sonde los pies envueltos en púrpura se apoyan;
  aun tiene las espuelas en los talones amplios.
  Mientras piensa las leyes, las hormigas morenas
  van con hojas de rosa por la orla del manto.

  Blanco de harina, blanco de la harina primera,
  el molinero trae por el cabresto un asno.
  Y el asno es viejo y cojo, y se queda tranquilo
  mirando el orbe de oro que el rey tiene en su mano.

  Y suenan las palabras del blanco molinero.

  Sin prisa sin encono, dice el sutil engaño
  de la villa que vende mal borrico por bueno,
  hogaño, cuando el lino se ha secado temprano
  y está, junto al arroyo, silencioso el molino,
  sin una gota de agua que haga temblar sus brazos.
  orno cogiendo el grano de la palabra justa,
  en las barbas frondosas hundió los dedos Carlos,
  y manda que en la villa donde dan mal borrico
  no haya ferias ni danzas por San Pedro este año;
  por eso del arroyo que muere en las aceñas
  serán las rogaciones de sus buenos prelados.

  Y como ya ninguno levanta más cuestiones,
  Mondisder, par del reino y amigo de Rolando,
  ante el rey y sus próceres, sobre una viola fina,
  dice las maravillas del estío en el prado...


  SERVENTESIO


  Tú, Silvano el Tullido, no eres un buen prelado.
  Florece en aleluyas tu labio angelisado,
  pero tú, el Tullido, no eres un buen prelado.

  Dineros que te dieron por socorrer los muertos,
  van en aceros finos para tus hombres de armas;
  pláñense los hidalgos que les hiciste tuertos,
  y hasta la villa asomas el haz de tus bisarmas.

  Dineros que te dieron por socorrer los muertos,
  no deben de esa guisa tirarse en desaciertos.

  ¡Cómo te huelgas, pillo, metido entre putañas!
  A ellas les das las joyas de la Virgen María.
  Los ruiseñores cantan al abrir las mañanas,
  y siempre, siempre, te hallan en tratos de falsía.

  ¡Cómo te huelgas, pillo, metido entre putañas!
  No debías hacerlo, pues todas son satanás.

  Vendiste a sarracenos un burgo bien guarnido
  por un asnillo onusto de dagas y caireles;
  envió un legado el papa, ¡qué mal que fue acogido!
  de entrada lo volteaste con tus cinco lebreles.

  Vendiste a sarracenos un burgo bien guarnido,
  ¡qué mal que hiciste, hombre de corazón podrido!

  Pasas todos tus días con la panza en el aire,
  jugando al ajedrez y bebiendo borgoña.
  Y un hijo que tenías, un hijo debonaire,
  lo mandaste a navíos porque vio tu ponzoña.

  Pasas todos tus días con la panza en el aire.
  ¿No podrías, Silvano, gastar otro donaire?

  Así como los osos codician la miel nueva,
  el oro así codicias y los buenos metales.
  Por una sola dobla comerías la gleba
  y tus ojos lavaras en agua de hospitales.

  Así como los osos codician la miel nueva,
  no más codicies todo lo que la gente lleva.

  Para decirte esto vino ante ti un trovero.
  Si no oyes, tus huesos no tendrán caridades,
  y tu alma, la pobre –lo ha escrito el Aliguiero–,
  sembrada de culebras llorará en las edades.

  Para decirte esto vino ante ti un trovero:
  quien hace mal de estrellas no será parcionero.

  Tú, Silvano el Tullido, no eres un buen prelado.
  Florece en aleluyas tu labio angelisado,
  pero tú, el Tullido, no eres un buen prelado.


  ROMANCE DE LA DUEÑA FELONA

  Primavera de este año,
  cuando hay alondras nuevas,
  mucha zambra y cortesía
  porque viene primavera,
  miden cañas en la corte
  caballeros de otras tierras.
  En la corte del rey Mares,
  tan galana, rica y buena.
  Caballeros de otros reinos
  ya calzaban sus espuelas,
  ya iba el rey contra el estrado,
  ya pedía por la reina;
  y la bruna le responde:
  –Ve que estoy en la pileta,
  que me pongo la camisa
  y el brial do fina seda;
  que me abrocho el aderezo,
  que me abrocho las pulseras,
  las que tienen dientes santos
  al final de la cadena.–
  Caballeros de otros reinos
  a romper tablados entran...
  (¡Reina bruna qué bien miente
  que no está en el agua ella!)
  Con aquel su buen amigo
  entre sábanas conversa.
  Este pleito de amoríos
  una dueña lo contempla.
  Lo llevara al rey ceñudo
  y de prisa, cauta y leda,
  dueña mía, leda y cauta:
  ¡No quebrárase tu pierna!
  El monarca y tres privados,
  tres de ropas casi negras,
  a la estancia se encaminan
  por voltear las fieles puertas.
  Bien dormidos los hallaron
  al voltear las fieles puertas;
  la sonrisa de sus labios
  dice a claras lo que sueñan.
  Muy sañudo está el monarca:
  manda pongan hoces nuevas,
  hoces nuevas que bien cortan,
  a los pies de los que sueñan.
  Ya se fuera. Los ilusos
  namorados se despiertan:
  por el filo de las hoces
  se llagaron en las piernas.
  Por finarse eran las fiestas
  y paraban una cena:
  a la cena todos vienen,
  todos vienen a la cena.
  Cuando el rey en pesadumbre
  a Tristán los ojos lleva,
  lo miró del pie a las sienes
  y le habló desta manera:
  –Paladín y compañero
  Tristán de plantas ligeras,
  díganos, si no le duele,
  de esa sangre de sus piernas.
  –Sobre el mísero tobillo
  se me abrió una herida vieja.
  –Iseo, mi blonda Iseo,
  maravilla de la tierra,
  díganos, si no le duele,
  de esa sangre de sus piernas.
  –Tengo el tobillo llagado
  de las zarzas de la selva.–
  Rodeado de paladines,
  –los que estaban muchos eran–
  el rey magno está bebiendo
  vino de las islas griegas.


  CANCIONCILLA

  Porque de llorar
  et de sospirar
  ya non cesaré.
  Luna

  No quería amarte,
  ramo de azahar;
  no debía amarte:
  te tengo que amar.

  Tan manso vivía...,
  rosa de rosal,
  tan quieto vivía:
  me has herido mal.
  ¿No éramos amigos?
  Vara de alelí,
  si éramos amigos,
  ¿por qué herirme así?

  Cuidé no te amara,
  paloma torcaz.
  ¿Quién que no te amara?
  Ya no puedo más.

  Tanto sufrimiento,
  zorzal de jardín,
  duro sufrimiento
  me ha doblado al fin.

  Suspiros, sollozos,
  pájaro del mar;
  sollozos, suspiros
  me quieren matar.


MESTER DE CLERECÍA

–Maguer me lo rogades non vos faré un rimado,
ca sodes de un linaxe nescio et malastrugado.
Omnes que venderien por aver monedado
la Virgo con el Fijo et otrosí su perlado.

Dislo don Aristote, una fardida lanza
que hizo esse librielo por nossa delivranza,
non prendedes más cura que aver plena la panza.
Non vos faré rimado, sepades sin dubdanza.

–loglar, adiesso fagas a guysa de violero
una razonidat de varón derechero,
dar te hemos del bon vino et un punno de dinero,
et nuezes et milgranos dar te ha el refistolero.

Et nuezes et milgranos dar te ha el architriclino.
Te dirán las mugieres paternóster muy fyno.
¡Qué bien que folgaries entre pannos de lino!
–Essos dichos los precio quanto un ramo de espino.

Miembrevos quando era ninnuelo ueste prado
et ovejas de mi padre levaba nel sembrado,
ove lacerio vobis, sofrir mucho avitado
ca rescebía danno cuerno lobo en cercado.

Mase porque sepades que non so qual abbat,
que non perdona el tuerto que Dios perdonará,
oblidar he lacerios, non avre cansedat
nunqua fasta que diga la dulce poridat.


RASÓN

En un logar fermoso que nomnar non savría,
trobé palombar blanco cabe una monjía;
palombiellas que y eran fagien romería
a gran viejo et non al, rendien pleytesía.

Non querien patrono, nin hispo nin capdiello,
díxien: cascun sea iuex so su mantiello.
Eran sin falliment de sebo en el piquiello.
Tal como el palumbario feliz non fo castiello.

Essa vida viciosa ¡qué bien la faz medrar!
Et blancas et finchadas como vellón de hilar;
al sol de grant mannana por los piólos matar.
Como fadas visquieron en esse palombar.

Bevir atan sabroso certas non es cutiano,
por días que vernán devenios iuntar grano,
ca nunqua fo el yvierno atal como verano.
Estos dichos de sesso non oblide christiano.

Día de navidad la nieve de venir;
quánta la que cale nadie podrie desir.
So la nieve de argento vide omnia se encobrir
et burgos et senderos et rías se abellir.

Et fallescio del pan, cobdiciadero amigo
por nulla era trobado desse fructo albarigo.
Follía non me fase desir quanto vos digo:
por nulla era trobado nin sésamo nin trigo.

Las trocazas bellidas, ¡ay, Dios, qué malfadadas!,
declinaron las testas, fincaron desaladas,
maguera la lugencia del sol en las nevadas,
ca non prendien grano todas eran matadas.

Amigos et compannos non dixe ioglarías,
entender bien podredes leyciones mucho pías:
nos, somos las palombaas plenas de mafetrías
que non guardamos grano para los malos días.

El grano es oración et obra sancta et non al,
desasgamos el sesso de natura mortal,
ca bien verná la nieve de la hora final:
si non tenemos grano lo passaremos mal.


LA NIÑA MALA

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Con sus once años,
su cabello rojo,
su mirar tan fino
como acero moro,

tiene más caprichos
que un hidalgo loco.
Todos sus caprichos
dejan algún lloro.

Con su nombre lindo
como un bucle de oro,
la pelirrojeña
da penas a todos.

Un galgo tenía,
lo arrojó a los fosos;
un violín tenía,
lo quebró por gozo.

Lyra bella, pero
mala como el lobo,
con un junco mata
las abejas de oro.

Apoyado a un fino
báculo de chopo,
el abuelo entonces
llega tembloroso.

–Amor mío, Lyra,
lucero de otoño,
deje las abejas
que sieguen sus oros.

–Déjeme en mis prados
el viejo gotoso;
con sus gafas prietas
vaya a leer infolios–
Apoyado a un fino
báculo de chopo,
se fue el viejo entonces
a leer infolios.

La náyade, una
que estaba entre lotos
que hacen blanco al lago,
blanco y oloroso,

con sus alirados
brazos armoniosos
se llevó la niña,
mala como el lobo.

En medio del lago,
pero muy al fondo,
la niña, ha cien años
está hilando un copo.

Copo con espinas
y da un hilo rojo;
que está hilando Lyra
su corazón.


LA  RONDA

Basta ya de trovas, ha dicho la abuela;
a dormir las niñas, que la noche es fría.
Mas ¿quién hará cuenta de la pobre abuela
aunque llore el viento de la noche fría?

Aunque llore el viento como un gato ciego
cantarán las niñas en la noche fría;
aunque llore el viento, junto al dulce fuego
cantarán la copa de la juglaría:

"Yo con el peine de oro en las mis manos,
yo con la trenza de oro en las mis manos,
yo con el broche de oro en las mis manos;

"los mastines al pie de la venta,
las tres madres torciendo blanca lana,
blanca lana torciendo en la mañana.

"Yo mirando al cabrero de los llanos,
yo mirando los mirtos de los llanos,
yo mirando la alberca de los llanos;

"y una alondra venía de lejana
selva, blanca en la luz de la mañana,
y se moría al pie de la ventana."

Cuando se abrió el día decían las madres:
¿Dónde están las hijas de nuestras entrañas,
¿Los besos del alba no nos da ninguna?...
Cantaban, cantaban al claro de luna...

Llorando,   llorando   decían   las  madres:
¿Dónde están las hijas de nuestras entrañas?

Al lado del fuego sólo hallan un poco
de blanca ceniza con huella de lobos.


ROMANCE   DE   LA   BELLA

¡Oh, bella malmaridada!,
la que está torciendo lino,
la que en este mediodía
tuerce lino junto al río;

bella del tobillo blanco
como caracol de lirio:
cuando torne de la villa
te daré un puñal bellido.

Con el puñal que te diera,
con el puñal que te digo,
en esta noche de enero
mataras a tu marido.

Le abrazarás con tus brazos,
le llamarás buen amigo,
y cuando cure que huelga
le hundirás el fierro fino.

¡Oh, bella malmaridada!,
bella del blanco tobillo:
sobre mi caballo moro,
sobre mi alazán morisco,

nos iremos desta tierra
donde medra el malnacido...
Yo te cantaré una copla
para alegrar el camino.

De tierras de dulce Francia
tomaremos el camino,
allá donde es la Narbona,
ese pueblo bien guarnido.

Verás cuánta linda dama,
cuánto cortejo tan rico...
Esta noche a media luna
te aguardo al pie del molino.

–Pase, pase el aviltado;
pase, pase el fementido;
al borde de la ribera
déjeme torcer mi lino.–


SOBRE  LA  MAR  AZUL

Ya sale de los reinos, y va con él la amada,
el rey que sólo sabe jugar al ajedrez.
En media luna puestos sobre la mar calmada
caminan los bajeles llevando hombres de prez.
Al rey, que tiene tedio, la farsa más granada
le juegan los histriones manchados de la hez..
Están llenos de cánticos los bajeles del rey,
los bajeles del rey, los bajeles del rey.

Cuando la flauta suena, la joven desposada,
que antaño torció lana y hoy es reina en preñez,
a su mejor hermano pedido le ha la espada,
la espada reluciente de acero ligurés...

***********************************

¡Ay!; traspasó el acero su carne sonrosada,
y el rey, el rey estaba jugando al ajedrez...
Esto fue en los bajeles, los bajeles del rey,
los bajeles del rey, los bajeles del rey.


Tres veces, por tres veces, la blanca reina y hada
se hundió la espada fina, por tres veces, por tres.     
Lloraba el rey y todos lloraban por la amada,
más pálida que antes, más pálida, a sus pies.
La mar está serena, la farsa está acabada,
hay tres o cuatro gotas de sangre en el bauprés...
y están llenos de cirios los bajeles del rey,
los bajeles del rey, los bajeles del rey.


ROMANCE

Era que era una dueña,
con el cabello alocado,
con la cintura de un hada
y el seno redondo y blanco.
Era que era una dueña
que muchos la demandaron,
y a uno diérale prenda
de abrirle a hurte su cuarto.
Ya están las constelaciones
encendidas sobre el lago...
Llega el novio, y sobre el trébol
apenas toca su paso.
–Señor, te daría ahora
lo que más precio y más amo
te querré más que Ginebra
a Lanzarote del Lago.
Un solo don me darías,
un don que me ha sido caro:
yo quiero él pájaro de oro
que canta en la Isla del Drago.

En la isla silenciosa,
sobre las ramas del saúco
cantaba el pájaro de oro:
nunca oísteis mejor canto.
Partía sobre las zarzas
¡trovar tan bien afinado!
El iluso peregrino
pone una flecha en el arco,
la flecha de ébano fino
la puso el enamorado:
de flecha de ébano fino
no la soltaron sus manos.
Cuando bien la enderezaba
"vio venir un fiero drago.
Los mirares de sus ojos
fuente fría lo tornaron.

Alba de San Juan venía
un trovador de Bretaña.
Con la sien al sol venía
alegre en la tarde santa.
A la sombra de los pinos
dice la buena balada
de quien sabe qué romero
que se ha tornado fontana.
De tres hembras que le oían
cató la que más lloraba...

La madre era del cautivo,
la de las ligeras lágrimas.
Lágrimas las que vertía
derramadas en sus faldas,
tres veces bellas las dejan
como con listas de plata..
–Cantor de los caminantes,
un hijo que mucho amaba,
brujas me lo malfadaron
que no le veo la cara.
Ni le veo con sus dogos
ir la montiña de caza,
ni oigo esos layes, cantados
mientras se ataba la daga.
Cantor, si me devolvieras
un hijo que mucho amaba,
de las dos hijas que tengo
te daría la más blanca.
–¿Qué seña me das, tan cierta
que no me pierda la casa?–
Una azucena le dieron:
con ella se fue a la hazaña.

Del cielo cae la nieve,
del árbol cae la almendra.
Dos caminantes de lejos,
los dos llamando a la puerta.
–Abra pronto la enlutada,
abran pronto las doncellas:
¿no ves que te traigo al hijo?;
¿no ven, hermanas, quien llega?
Pronto abriera la enlutada,
las doncellas pronto abrieran:
abrazan al bienvenido,
con besos grandes le besan.
–De las dos hijas que tengo...
–De las dos hijas que hubieras,
una te alcance la lana,
otra te haga la cena;
que no daré mis quereres,
si no es a una rosa seca,
si no es una pobre hermana 
que ahora la tengo muerta.–


EL   MENSAJE

A vos, don Alvar -Fáñez, acero el más ardido
de mis tres mil seiscientos, a vos, mi brazo diestro,
ahora que cobramos gran pieza, ahora os pido
vayáis a donde mora la corte del rey nuestro.

Direisle cómo hicimos victoria en malnacido;
que hubimos buenas aves, y en gracia del Maestro
y de los Doce Santos dejamos fenecido
el real de la morisma y el rey moro en secuestro;

que en dona yo le envío tres veces cien corceles,
con finos paramentos, y a más, oro de infieles,
y en dona de homenaje su blanca mano beso.

Así habló el castellano de su señor malpreso,
el que en buen hora tuvo la espada bien ceñida.
¡Dios cómo estaba alegre la gran barba bellida!


JOCZ PARTITZ

Vísperas de navidades
hicieron Corte de Amor
allá donde es la Champaña.
¡Qué bella Corte de Amor!

Tuvo el cetro la condesa
de Champaña corazón,
la de los rizos violados
y de oro el corazón.

Sesenta damas con ella,
de dulce Francia la flor:
seis veces diez dueñas, blancas
corolas de blanca flor.

Sobre una alcatifa mora
que nadie la vio mejor,
cercada de cien rosales
y humo de incienso mejor,

estaba la corte en guardia
por escuchar al cantor,
por escuchar las razones
del razonar del cantor.

Una segur en el pecho
trae bordada un trovador,
y una hoz de estrellas trae
el segundo trovador.

–Oh, tú el de las manos blancas,
en un rimado de amor
dirasme si el que ama el vino
es buen soldado de amor.

–Preguntador, don Hafiz,
que muchas dueñas amó,
gustaba beber del vino
y en preclara ley amó.

Yace en escrito de Italia,
que el vino es como rubor
de damas enamoradas,
que amor llena de rubor.

El que finca enamorado
ya no es de sí señor,
y quien del vino ha bebido
ya no es de sí señor.

Cascabelero es el beso
con un poco de licor,
razón más granada dice
labio mojado en licor.

–Oh, contestador sutil,
bien os ganasteis la flor:
que beso sin vino es beso,
y con vino es beso y flor.–


SONETOS  DE  ISEO

Isót, Isót, la blunde
marveil de tú le munde.

I

En la rueca de saúco que le diera la reina,
la joven más hermosa que bajo él sol se peina,
Iseo, maravilla del mundo, hila una espuma
de lana. Lana blanca que sus plantas perfuma

con el olor bucólico de los valles natales
donde soltaba alciones detrás de los zorzales...
Cabe ella están los pares jugando en coro mudo,
y vuelcan los marfiles del dado en un escudo.

Una sirena al paso de la nave se asoma
y ve –paloma de oro– la cabellera fina
de Iseo que abandona su pie – y otra paloma.–

En el lomo de seda de un gran lebrel con sueño..
ahora hila añoranzas la más blonda infantina
en la rueca invisible que le ha dado el Ensueño.

II

En la paz de la noche la nave adelantaba
lejana de las islas. Dormían los remeros;
la gran vela de púrpura entonces platicaba
con la cortesanía de los vientos ligeros.

En la rueca de saúco la blonda Iseo hilaba,
y el hilo que rendían los vellones primeros
como una estela fina sobre el mar flotaba,
enredada a los ojos de luz de los luceros...

Tristán de Leonís junto al lebrel amigo
humillaba los ojos en la blonda hiladora
desde el timón augusto que atalaya la tierra;

luego, tendiendo el arco que se trajo consigo,
pone en el nervio erguido la flecha voladora
y hace crujir la Noche con un grito de guerra.


TROVA DE MARGARITA DE NAVARRA


Señor duque y buen amigo:
no he sido traidora, no.
¿Por qué no estabas conmigo
cuando el rey me desposó?

De mis bodas era el día.
Te vi para mi castigo
haciendo gran alegría,
señor duque y buen amigo.

Porque diga el sí; mi hermano
la cabeza me movió:
culpable ha sido su mano,
que no fui traidora, no.

El sol, de gran fiesta cuando
me casaron fue testigo;
pero lo pasé llorando
porque  no  estabas  conmigo.

De mi vida la alegría,
señor, para siempre huyó.
El más triste fue ese día,
cuando el rey me desposó.


BALADA

Era la abuela tan vieja, tan vieja,
que entre sus manos flacuchas y finas
ya no podía ni alzar la madeja:
tanto era vieja la abuela del cuento.

Cuando en invierno se queja el sarmiento
dentro el hogar coronado de higos,
y en el camino las sombras se agrupan
como montón de medrosos mendigos,

con el rosario en la mano la abuela
duérmese al lado del lecho de pino.
Cuando los ojos cerró la candela,
como la estrella perdida se apaga.

Sueña la abuela durmiente que halaga
entre sus brazos flacuchos y finos
a la niñita que un día de enero
sola se fue por los prados vecinos.

Con el cestillo de junco en la mano
sola se fue a buscar fresas la niña;
era mañana de un día lejano...
la netezuela aún no ha vuelto a la casa.

Si el serafín de las alas de gasa,
un vagabundo que acecha en los viales,
¿si la llevara, creyéndola muerta
porque aterida la vio en los fresales?...

No la llevó el serafín vagabundo,
que los pastores han visto una tarde
dar de su pan a un centauro jocundo
y platicar como viejos sofistas.

No. Con los aros de dos amatistas,
con el cestillo de junco oloroso
y el borceguí de cristal como ese
de la fregona del pie primoroso,

lobos del monte, maldita su cría,
lobos del monte comieron la nieta.
Caperucita más linda no había
cuando llevaba la vaca a la fuente...

La de los ojos dormidos ya siente,
suave y flexible, la voz que la implora:
–Madre, ¿darásme por pascua florida,
madre, darásme tu rueca sonora?

La de los ojos dormidos murmura:
–Yo te daré mi gran rueca que canta
para que hiles la lana más pura,
para que sueñes en tanto que hilas.

¡Ay!, la tocada en las vagas pupilas
por las semillas sutiles del sueño,
¡ay!, que no sabe que tiene en las faldas
sólo, tan sólo el rosario de leño;

y que en la estancia de sombras sembrada,
junto a la puerta, sereno e inmóvil,
el serafín de la tierna balada
abre sus alas vestidas de luna,

y era una luna blanca
y era una blanca luna.


TROVA

¡Ay de mí!; señora,
cómo estoy por ti!
¡Malhaya la hora
que te conocí!

¿Por qué concediste
miradas de aurora
a tu amigo triste?
¡Ay de mí, señora!

¡Ah, por qué tus ojos
dijeron que sí!
Véanme tus ojos
¡cómo estoy por ti!

Hora que a mis brazos
viniste traidora
muriendo en abrazas,
¡malhaya la hora!

Y también el día
–día para mí
de melancolía–
que te conocí.


BALADA  DE  LA  ROSA

De la hembra aquella de sutiles manos
los doctores dicen nunca curaría,
si cuando sonaran ángelus lejanos
una rosa negra no se la traía.

Ya su pie el velado puso en el estribo:
en el pie, bordada floreció una rosa.
Una rosa negra del rosal furtivo
que hay entre las manos de la blanca esposa.

–Vieja, tú, más vieja que una vieja encina:
¿de la rosa negra sabes los rosales?
–Sólo de la endrina,
sólo vi unas pobres flores otoñales.

–¡Eh!, pastor que labras tu bastón de guindo,
¿de la rosa negra sabes los rosales?
–Sólo vi el domingo
lirios de las mozas en los delantales.

–Buen corcel amigo, corre, corre, corre,
que mi blanca dueña casi no suspira...
Y así era llegado donde vieja torre,
donde vieja torre cuatro valles mira.

¡Oh, arquero!;  ¡oh, arquero!  que estás en la al-
¿de la rosa negra sabes los rosales?          [mena,
Sacó el ballestero la cabeza:  –Buena
mano te proteja... ¡nunca vi rosales!–

Ya está de tornada por florida vega;
por alegre vega su caballo moro
al nativo prado jubilante llega;
cuando en la casa se ha sentido un lloro.

(Hembra de sutiles manos, la mortaja
dábate perfiles de color de viola.)
Vienen las mujeres y echan en la caja,
unas margarita y otras amapola.

Unas margarita y otras amapola,
donde aún tiemblan claras gotas de rocío...
¿Quién será de ellas que dejó una sola
rosa grande y negra sobre el seno frío... ?


CANCIÓN  EN  LA VENTANA

No suenes más en mi puerta,
muchacho del tamboril,
que mi esperanza está muerta
y muerto mi mes de abril.

Ya no iré más a la fuente;
ya no iré más, buen amigo,
y he de mirar a la gente
sólo detrás de un postigo.

Hay unos labios cerrados,
labios que en una mañana
dijeron apasionados:
¡Cuánto te quiero, Susana!

No suenes más en mi puerta,
muchacho del tamboril,
que mi esperanza está muerta
y muerto mi mes de abril.


COPLAS DE JUGLAR

No llore la flor de nuestra
Castilla, la bien nombrada:
¡por Pascua o por Navidad
vendrá a besarla en la cara
el señor de los romances,
caballero en una jaca,
herrada en plata sonora,
en albas rosas manchada...
Ha de besarla en el rostro
ya la mejilla rosada,
ya la pálida mejilla ...
No llore la flor de nuestra
Castilla, la bien nombrada.

¡Oh, dulce país de Francia,
quién te pudiera ganar,
zarza florida, florida,
que nunca se secará!
¡Oh, dulce país de Francia,
donde tan blanco es el pan,
donde uno necesita
padecer para besar!
¡Oh, dulce país de Francia,
por donde la Muerte va
como una novia vestida
de suavidad y de azahar!

–Sube, hija, a los miradores
y mírame la pradera...
Díjome que tornaría,
que tornaría a su tierra.
¿Qué ves en los miradores?;
¿qué ves, hija, en la pradera?
–Su traje de armiño veo.
Viene en su yegua agarena,
le sigue el lebrel de Irlanda
que se llevó a largas tierras;
veo que ya se ha bajado,
que besa la dulce tierra,
y veo, arriba, que nacen
una a una las estrellas.


CANCIÓN  DE   ALEADA

En un vergier, sotz fuelha d'abespi
teñe la dompna son amic costa sic.
Tro la gayta crida que l'alba vi.
Oy dieus!, oy dieus!, de l'alba tantost ve!

¡Arriba, arriba, galán,
que en Oriente el sol salió!
¡Arriba, arriba, galán,
que la alondra ya cantó!

Uno se está en el lecho regalado
y oye mugir las vacas del arado.

La alondra la que cantó,
la alondra en el techo fue,
la alondra la que cantó:
¡Buen día, rosa de té!

En la penumbra están los amadores
cuando oyen un charlar de segadores.

La alondra cantó otra vez:
–Buen día, luz de arrebol.
La alondra cantó otra vez:
–Buen día, rayo de sol.

(¡ Quién pudiera tornar en noche el día,
con luna, para más meloncolía!)

Dijo a la alondra el pinzón:
–Compañerita, salud.
Dijo a la alondra el pinzón:
–¡Qué frío está el viento sud!...

Y se oye la canción del carretero...
La carreta está llena de romero.

El eje al pájaro ve:
–Alondra, a la villa voy.
El eje al pájaro ve:
–¡Qué viejo y cansado estoy!

Pero la alondra está de luz rociada
y nuevamente canta en la alborada.

–¡Arriba, arriba, galán,
que en Oriente el sol salió!
¡Arriba,  arriba,  galán,
que la luna se murió!

Y se dan bajo el último lucero
el beso que jamás se entrega entero.


LOS GNOMOS

Cuando Lauriant suena su cuerno,
su largo cuerno de marfil,
como los copos del invierno
llega su ejército gentil.

Las caperuzas son de seda
con una blanca margarita.
Así parece que se queda
un beso en la caperucita.

Los cintos son de oro templado
y del color del azafrán,
y sus puñales no han tocado
por cierto, nada más que pan.


Como misiva recatada
que entre los senos se desliza,
cada uno trae amortajada
dentro la barba una sonrisa.

Y esa corola de alegría
bajo sus barbas color luna,
es como aquella que abre al día
el niño que aún está en la cuna.

Alrededor del fuego noble,
danzan al son de un violín vano,
danzan al pie de un viejo roble
todos los gnomos de la mano:

"Tenemos encendidas
cien lámparas hundidas
en zafir
que parecen un coro
de ánima en pena
bajo la luna llena.

"Tenemos una reina
que si se peina, peina
luna y sol.
La reina está cautiva ...
¿No oyes llorar su pena
bajo la luna llena?"

Y hubo una vieja que en la selva
cogiendo leña se perdió,
y en un cojín de madreselva
puso la frente y se durmió.

En sueño oyó una cancioncilla..
... luna... llorar... ánima en pena.
Todo como una pesadilla
bajo el canglor que un violín suena.

Y abrió los ojos asombrados
que ven rondar bajo la encina
los geniecillos ayuntados...
y un grito dio, de golondrina.

La turba mágica, espantada
huye a la gruta, huye al pinar,
y la canción abandonada
como la husada a medio hilar.

Dolientemente en lo lejano
sigue sonando un violín vano.


LA VIDA

I

Mientras bajo el portal del templo gótico
remendabas pellizas de burgueses,
gustabas –en lugar de pan y nueces–,
la miel picante de un ensueño erótico.

El terror de la Muerte, enorme y pánico,
te infiltraba en la paz de cada día
como una aguja de melancolía...
Pero el dolor te hizo más satánico.

Dio en divagar tu pensamiento triste:
"De rerum angelorum", escribiste.
Así ponías túnica sagrada
a tu alma de ladrón atormentada.

Un día te arrojaron del rastrillo
con el libro divino en el bolsillo ...

II

Y luego nada más que mucha sombra,
y luego nada más que un viento frío,
y por el viento algún halcón sombrío
que ponía más sombra entre la sombra...

Otro gusano que habla era engendrado,
en el ¡han! del deseo hecho jirones...
Bajo la paz de las constelaciones
tu numen, de los huesos desatado,

fue a posarse en el ser que se encendía.
El espíritu así sigue su vía
eterna, eterna, eterna, perpetuando

en las edades crímenes y alburas
como una sombra loca que va andando
con un fanal por cámaras obscuras.




SEGUNDA PARTE


LA  CASA

Esta noche la casa está trágica
cual si hubiera pasado por ella
el Dolor, con su ala magnífica,
luctuosa y horrible. Yo siento
como un hálito casi palpable
de locura. Las luces parecen
retorcerse y gemir. ¡Ay, hermanos!
¿Por qué estáis silenciosos y pálidos
frente a frente y con ese silencio
que me oprime lo mismo que un nudo?
¿Qué hay? Decidme, ¡qué hay! ¿qué hay? Sentados
en un coro con algo de espectros
y en silencio letal... ¿Por ventura
esta noche estáis locos? La casa
¿está loca también? ¿O ha pasado
con su fúlgida arma esa triste
segadora de seres? Hermanos,
tengo miedo de estar en la casa.
Ya me cae la luna en el cuerpo,
y mi sombra fantástica y negra
como un bajorrelieve se talla
en el suelo. Yo nunca en mis días
vi una sombra de ser que semeje
la pesada cubierta de un féretro...
Esta noche la casa está trágica.
Ya no tengo más lágrimas. Todo
es terrible, mortal... ¡ay, Dios mío!...


CAMINEMOS

Caminemos, mi perro, caminemos... La gente
que venimos de ver era benevolente.
Me hizo sentar al lado del hogar donde había
la confianza que infunde la común alegría.
Tú olías la cadena del pozo, amontonada
en el suelo. Tú sabes que suena alborozada
al ir subiendo el agua que ha de regar el huerto
la tarde de estos días en que se hace el injerto.
La gente preguntaba de las gentes queridas,
y era dulce decir las cosas de otras vidas,
allí, junto a la llama, junto a los borbollones
del agua del caldero, junto a los corazones,
temblando a los temblores de mis labios amigos..,
Bajo la chimenea pendían sartas de higos
que daban un vaguísimo perfume de verano.
(A menos que el aroma viniese de la mano
de espliego que colgaba claro a la llama. Es bueno
ponerlo entre los linos en el ropero pleno.)
Luego cayeron, rápidas, grandes gotas, deshecho
el temporal: charlaban sobre el metal del techo.
Gozamos nuevamente de otro olor campesino:
el de la tierra húmeda. Éste es olor divino.
Cuando llega, la gente da las gracias al cielo.
Y ella llegó ligera. Cubríale un pañuelo
la cabeza. Traía crujiendo entre los brazos
todo  un  montón   de  ropa,   blanca,  como   pedazos
de cisnes estrujados con las alas abiertas:
ropa secada al borde de las sendas desiertas
que se ve desde lejos, que asusta los jilgueros,
que al viento tiene el ruido de un hato de corderos
que vaya al trote bajo la navidad del alba...
La ropa es lo primero que del agua se salva
cuando las lluvias rompen sus ánforas a locas ...
Volvieron las aladas palabras a las bocas.
Y yo fui un poco hesiódico. Dije: quieren las viñas
apoyos nuevos. Sean esbeltos como niñas
y fuertes como estatuas. La madera del pino
será mejor apoyo de la planta del vino.
Escoge ramas rectas, y mañana temprano
las llevas en tu hombro, con el pico en la mano.
Abrir la tierra es fácil aun llena de rocío:
se parte como pan, recibe el poste pío,
y al mediodía lo hallas firme como árbol nuevo.
Más: dirías que tiene uno que otro renuevo.
El sol que vuelve quita la nube de la lluvia
como el trabajo quita dolor de amor. Y es rubia
nuevamente la tierra del sembrado. Y descienden
pájaros del alero... Adiós ... Las manos tienden,
y el pie ligero muevo sobre las hierbas claras.
Sobre las hierbas frescas de la tierra que aras,
hombre que me dijiste: siéntate con nosotros,
porque tú no eres malo ni ruin como los otros.
He aquí que mis pasos dejan míseras huellas,
y dentro de un momento ya no habrá nada de ellas,
nada que quede y diga que por aquí he pasado.
(Así ha de ser todo: como no ejecutado ...)
Tal vez sueñe esta noche con la ropa y la casa,
con el hogar que alumbra, con la lluvia que pasa,
con las gentes que cumplen su destino sin yerro...
Caminemos, mi perro; caminemos, mi perro...




SUEÑO

Suena en la palidez lunar el viejo
hierro de la cadena y la roldana.
¡Ay!; de la luna al pálido reflejo
he visto el esqueleto de Morgana.

Todo de blanco mármol resaltaba
en medio de la noche el pozo seco,
y Morgana espectral allí escuchaba
del pozo del Ensueño, sólo el eco.

–Hermana mía, deja la cadena
que en vano baja y sube, en vano suena.
–Agua quiero subir del pozo viejo:
bajo la luz lunar será mi espejo.

–¿Para qué has de sacarla, hermana mía?
Si te ves, tu pupila lloraría.
–Unas brujas me han dicho que no existo.
¿Soy siempre bella?, di, tú que me has visto.

–Sigue bajando el cubo en sombra vana,
sigue bajando el cubo, hada Morgana.
(Agua, no subas nunca; agua, sé pía,
porque si te sacara lloraría.)


LA COMUNIDAD

¿Cuándo estuvo tanto mi alma en las cosas
como en este día de paz en que no quise trabajar
y me eché a vagar,
a vagar por las plazas frescas, soleadas, olorosas?

Era mi yo difundido en la naturaleza
como un perfume de alegría y suavidad...
¡Qué felicidad
ésta la de sentirse sol, árbol y natural pureza!

Caminaba dentro de mi alma
y era en el universo todo armonía y
si no estaba muerto, ¿cómo era que así
mi alma se derramaba en la estival calma?

Pájaro que cantas, ¿estás en mí mismo? Desdeño la humana voz:
oprobio sería articular la palabra cuando los
ruidos de los pájaros tienen más simbolismo.

Mi silencio de asombro es el léxico del misterio;
y comprendo sus sílabas porque humano no soy:
mi pensamiento es música, que he venido a ser hoy
lo mismo que una rama, cuerda de un gran salterio.

¿Qué grandeza reviste la fugacidad de mi vida?
La vida se apropia la chispa de mi vivir.
Hace latir en mi carne lo que debe persistir
sobre la figura que le fuera unida.

He aquí que no soy un residuo,
mas un tornillo de la máquina del mundo.
¡He aquí que Pan profundo
disipa las fronteras del individuo!


DIALOGO

–Alma, si te pudiera perpetuar en un libro ...
–No. Yo me perpetúo por mi propia virtud.
–Pero, ¿toda la idea por la cual canto y vibro?
– ¡Joyel para mi inmenso manto de juventud!

–Quisiera que tu vago perfil de estrella y lirio,
prendido a mis palabras lo vieran otras gentes.
–Tus palabras no pueden decir de mí. Es delirio.
Me verán, pero en todas las cosas existentes.

Junto a todo misterio que uno tiene no es nada
la palabra ..., no es nada el balbuceo ... ¿Dudas?
Un alma de hombre humilde tiene más de una Iliada.

El libro es artificio que lo natural veda.
–Y bien, llévalo tú, como un traje de seda.
–Las almas son bellezas y van siempre desnudas.


EXULTACIÓN

La seda de los besos
ha tocado mis ojos.
Ahora tengo en los ojos
el velo del asombro.

Campanas de alegría
están dentro mis sienes
tocando todas locas
blancos himnos fervientes.

¡Oh, seda de los besos!
¡Oh, qué santo ungimiento!
Es como hundir la frente
febril en lirios frescos.

Y mi alma se queja,
pero es, en la mañana,
de la misma alegría
que se queja mi alma.


UNA SOMBRA PASA

Lentamente iba
bajo el sol de enero,
lentamente iba
por el campo yermo.

La sombra conmigo
bajo el sol de enero,
la sombra conmigo
por el campo yermo.

Y lejos los álamos
solemnes y quietos,
los pálidos álamos
junto al cementerio.

Lentamente iba
bajo el sol de enero,
y al pie de los álamos
estaban los muertos.

De coronas rotas
lleno está el sendero,
de coronas rotas
y de ramos secos.

Delante mis ojos
bajo el sol de enero,
mi sombra está al borde
del sepulcro abierto.

–Hermana querida,
sombra de mi cuerpo,
¿qué ves en el fondo
del sepulcro abierto?

–Vagamente he visto
la cara de un muerto,
no sé si llorando,
no sé si riendo.


SONETO

–Hebe gentil, esposa pasajera,
juventud, juventud que estás conmigo,
¿qué me darás la otra primavera?
–¿Y no te basta que te quiera, amigo?

–¿Y después?;   ¿y después, cuando  se fuera
de mi mano tu mano que bendigo?
¿qué ha de quedarme entonces,   ¡oh,  copera!,
que el vino de ilusión me das contigo?

–Te acordarás de mí. –¿Qué?;  ¿cuando sea
viejo me acordaré?... Si te desea
mi corazón, ¿vendrás a verme, Hebe?

–Tal vez... cual novia por jamás perdida
cuando el recuerdo todo te renueve.
–El recuerdo es la sombra de la vida.


BALBUCEO

Triste está la casa nuestra,
triste, desde que te has ido.
Todavía queda un poco
de tu calor en el nido.

Yo también estoy un poco
triste desde que te has ido;
pero sé que alguna tarde
llegarás de nuevo al nido.

¡Si supieras cuánto, cuánto
la casa y yo te queremos!
Algún día cuando vuelvas
verás cuánto te queremos.

Nunca podría decirte
todo lo que te queremos;
es como un montón de estrellas
todo lo que te queremos.

Si tú no volvieras nunca,
más vale que yo me muera..
pero siento que no quieres,
no quieres que yo me muera.

Bien querida que te fuiste,
¿no es cierto que volverás?;
para que no estemos tristes
¿no es cierto que volverás?


GOTA DE  HERRUMBRE

El terror de la muerte
tenía un triste corazón opreso
como invencible túnica de Neso;
el terror de la muerte.

Dije a ese triste corazón: hermano,
si nada esperas, ¿por qué tienes miedo?
¡oh, triste corazón, podrido y vano!
si nada esperas,  ¿por qué tienes miedo?


A LA LUZ DE LA LAMPARA

La lámpara tiene una luz tan serena y bella
que casi no parece que la luz sale de ella.
Tan silenciosa la hora, que uno cree que en la sombra
oye los ratoncitos correr sobre la alfombra.
Suena un trino. Es la Hermana que trae la tisana
y vuelve la cuchara dentro la porcelana.
Ella furtivamente me mira por momentos
como para quitarme los malos pensamientos
que quieren empañarme la quietud de mi vida,
que ahora empiezo a querer porque está dolorida,
lo mismo que una madre que acaricia a su hijo
sólo cuando está enfermo. De un propósito fijo,
de un propósito humilde tengo el corazón lleno:
–Muchacho, si te sanas tendrás que ser más bueno...
Suena otra vez un ruido. Y es del jardín vecino,
donde, hecho quejumbre, sube agua el molino.
La lámpara tiene una luz tan serena y bella,
que uno no cree que es lámpara: más bien es una
                                                                     [estrella.


BALBUCEO

Yo tenia un corazón
lleno  de  recogimiento,
la tarde era de mayo,
la tarde estaba en mi pecho.
Como espigas en sazón
se me erguían los recuerdos
dentro de mi corazón
lleno de recogimiento.
Una lágrima quería
por mis ojos ver el cielo;
cuando venía la lágrima
se me acercó un compañero.
–Hermano,  ¿cómo es que estás
tan triste junto al sendero?
¿No ves que todo es mentira,
crepúsculo, senda y duelo?
–Compañero y buen hermano,
¿no ves que están en mi pecho
platicando quedamente
la Tarde con el Recuerdo?


INMÓVILES LLAMAS

Seis cirios ardían
de inmóviles llamas,
como grandes ojos
fijos en la nada;
y la muertecita
dentro la mortaja,
la luz de seis cirios
tenía en la cara.
En su rostro una
veladura vaga,
cual se ven a veces
en viejas campanas.

Seis cirios ardían...

Estábamos solos,
solos en la casa,
junto al cajoncito
y en la madrugada.
... Luz de ese domingo
que se insinuaba
en el patio lleno
de clavel y malvas.
... Con tus ojos negros
fijos en la nada,
tan fijos que quedo
te besé en la cara,
pero no sentiste
mi besar, hermana.
Y de ese primero
beso que te daba
no ha quedado nada,
nada, nada, nada ...
Seis cirios ardían ...


BALBUCEO

Tengo voces de niño
dormidas en el alma ...
¿Pasan aves?, ¿hay rosas?:
las voces se levantan.

Paseo enarenado,
nidos en las acacias...
Como el vino en la copa
las voces se derraman.

Se ha oído un sollozo
y hay un muerto en la casa;
¡pero es Primavera
y las voces me cantan!


MINUCIA

Temblaba la llama
como un labio niño
cuando está riendo...
Noche era de estío.
Displicentemente,
a la luz sin brío
de la pobre lámpara
volqué el cofrecillo.
Encontré un puñado
de hojas extendido.
(De esas mismas hojas
hay en los caminos.)
Y también he dado
con un bello rizo.
(De esos rizos negros
no hay en los caminos.)
Displicentemente,
a la luz sin brío
separé uno a uno
los cabellos finos.
A la luz temblante
los tuve extendidos;
suspiré, y al soplo
las hebras se han ido.
Con el soplo vano,
vano de un suspiro,
el recuerdo único
lo he dado al olvido.


A LA LUZ DE LA LAMPARA

Haz, hermana, la cama para los niños. Sea
tu mano diligente, pues ya el sueño pasea
su amapola invisible por las sienes hermosas
donde, esfumadas, vuelven a aparecer las cosas
del día: ya una hormiga que lleva una migaja,
ya un castillo de arena que se cae, o la caja
del tambor de los reyes, o la encorvada vieja
que pidiendo limosna, se detuvo en la reja,
o el Ángel de la Guarda con el mirar incierto
de sus ojos azules radiados de oro muerto...
Uno en la silla alta se ha quedado dormido,
doblada la cabeza sobre el brazo encogido;
entre mis brazos siento del otro la tibieza
cara y sutil que fluye de su amable cabeza,
y su respiración me está dando en la mano
con la suave cadencia de un verso virgiliano ...

... Tú, silenciosamente,

coses la tela blanca bajo la luz clemente;
luego llevas los niños en tus brazos rendidos,
cual corderos enfermos, cual corderos caídos ...
Sigo leyendo el libro de bello nombre. En vano
busco en sus hojas algo de corazón humano:
sólo aparece el rostro de un señor grave y tieso
que ha escrito únicamente para sacarse el peso
de todas sus lecturas...  (¡Oh, los libros cordiales,
–a veces hablan como los labios maternales–
donde se ha puesto una lágrima de dulzura
y una gota de sangre, como quien asegura
diamantes y rubíes en una gargantilla.)
Cerrémoslo. Y que bajo la santa luz que brilla
con tonos suaves –lila, morado y azucena–
una vez más mi alma goce de estar serena...
Hay sobre la carpeta de pana un cristal fino
lleno de rosas blancas que me ha dado el vecino.
(Dime, ¿en los cementerios no hay, por la mañana,
un vago olor a rosas que se secan, hermana?)
... Tú, silenciosamente,

coses la tela blanca bajo la luz clemente.
Sobre tu cabellera que está en la sombra, pasa
como unos temblorosos ondulados de gasa
el humo azul y perla del cigarrillo cuyo
fuego brilla en mis dedos lo mismo que un cocuyo.
Entonces si me oyes toser, súbitamente
pálida, las miradas alzas hasta mi frente,
y siento ganas crueles de decirte:  Trabaja,
que estás cosiendo el blanco lino de mi mortaja.


OTROSÍ   DIGO

Veamos estos papeles,
pues la muerte se acerca,
y es de hombres juiciosos
tener claras las cuentas.

Veamos estos papeles,
hoy, la tarde de niebla;
hoy, que no hay sol, hagamos
gravemente las cuentas.

Di al César su sextercio,
pero César, amigos,
a la luz meridiana
se quedó con el mío.

Forjé una espada recia,
con amor, muchos días,
y en la paz no me sirve
ni para una sangría.

Valles de la ilusión
aré invierno y verano.
Y era mi corazón
progenitor arado.

¡Y recién me apercibo
que tan yermo fue el campo
y ruin, que poco a poco
me ha mellado el arado!

Ganancias: mis pupilas
vieron mucha belleza;
hice libros; amé;
mi alma está serena.
Pero, en fin, nada debo,
ni la sombra de un cuarto.
¿Oyes, Critón?: no debo
ni aun un gallo a Esculapio.

Me queda solamente
una piedra preciosa.
Creo que es una lágrima:
os regalo la joya.
Si hay otra riqueza
que la tenga ignorada,
en mi nombre, el Dolor,
mi albacea, la reparta.

Nada más. Tengo ganas
de dormir siempre. Adiós.
(Una voz que no se sabe de donde viene:)
–Compañero, ¡allá eso!:
¿no ves que sale el sol?


DIALOGO EN  LA  NOCHE

–¿No oyes, abuela, la Voz en la sombra?
–Viento vespertino...
–Ha murmurado la Voz del destino;
suave me nombra:
ven delirante a la danza.
                      –Macabra
oí esa palabra.
Cuando los años Amor me pedía,
todo era blanco, bondad y alegría.
–¿Y saliste, abuela?
–No. Temblorosa llegué a la cancela,
como un espectro miré la espesura,
hice la cruz, fugazmente, en la obscura
noche gimiente,
y serenada la entraña y la frente
me recogí junto al padre dormido
como la alondra que vuelve a su nido...
–¡Oh, abuela; oh, abuela!
Siento la Voz cada vez más cercana.
Mi corazón como un pájaro vuela
hacia la ignota, sonora tirana.
–Es el Pecado. Cerremos las puertas.
–Déjalas abiertas.
Siento la sangre como un haz de humo,
tibia y ondulante.
Suéltame; quiero morir en el sumo
rápido abrazo que oprime anhelante...
–¡Soberanía del mal, telón blanco
que se ha corrido de un flanco a otro flanco
cuando se empieza a matar en la escena
y la bondad se cansó de ser buena!
Hija, por siempre tu encanto está roto
y gemirás bajo el incubo ignoto.
Ya nunca más te vendrá la alegría
a florecer como estrella del día
estas pupilas que han visto. La casa
se quedará silenciosa, y si pasa
un serafín no vendrá hasta esta puerta
a conversar con la hermana ya muerta.


BALBUCEO

Tengo unas gotas que suben
del corazón a los ojos,
gotas que yo no sabría
por cuáles penas las lloro.

Dicen los libros que vienen
por alguna ilusiónenla.
¡Pero quién será tan loco
que tenga eso todavía?

Pues, ¿qué son las ilusiones?
fuegos fatuos en los vientos.
¿Ahora vendrán a nacerme
igual que en los cementerios?

Si por otra cosa fuera
que me vienen estas gotas
que leer no me dejaron,
si fuera por otra cosa,

quiero irme a los doctores
que me digan mis dolores.


COPLAS  DE  CIEGO

Amores los que tuve
todos se fueron,
cual tierruca que pasa
por el harnero.

De todos mis quereres
sólo me queda
el amor al pan blanco
y a la pereza.

Érase un amor bello,
¡cuánto sufría!;
el amor se me ha ido,
¡qué dulce vida!

Promesa de mujeres,
saliva en agua ...
Por forzar a las hembras
a nadie matan...

Más vale grillo en mano
que oriol en rama,
más val boyero ahora
que rey mañana.

Nadie, grande ni honda,
pida una huesa.
Te enterrarán, no hay duda,
¿por qué ha de haberla?

La compasión postrera
es hecho cierto:
¡echan olor tan malo
los hombres muertos!


ANDANDO  MI   SENDERO

Andando mi sendero,
mi sendero perdido,
entré, Dama Tristeza,
en tu obscuro albedrío.
Yo te amaba, Tristeza,
con el amor de un niño.
Tu palidez amaba,
bañada de suspiro.
– ¡Oh, tú! que vas y vienes
por mi obscuro albedrío:
llégate hasta mis senos
de lágrimas benditos,
–Yo, el que va. y el que viene
por tu obscuro albedrío,
¿qué dolor lloraría
si no estoy dolorido?
Todo el dolor que tengo
bajo mi astro del sino,
cabe en una mortaja
pequeña como un lirio.
Mi corazón humano
no sale de sí mismo,
y es como es: inmutable
como el trazo de un círculo.
Giran en él tan sólo
los minutos tranquilos,
sembrando un grano loco
de copla y regocijo.
–Oye: Arquero en la sombra,
el Saetante Divino
acecha tus minutos
con Hechas de martirio.

Oración
Angeles de las Cosas
vestidos de infinitos,
que apoyáis vuestras manos
en mis hombros transidos,
dadme dos alas blancas
como al ave del nido,
que inicia suavemente
su vuelo en el destino.


IMPRESIÓN  FUGAZ

Ese hombre que grita no sabe
el valor del silencio;
ese hombre que grita prefiere
ser el gesto
loco del hombre bárbaro
a ser el pensamiento.
En verdad, vale más una frente
con un poco de ensueño secreto,
que el aullido sin pies ni cabeza
que en medio
de la plaza vomitan los míseros
conductores de pueblo.
O pasar esta tarde de otoño
arrimada la sien como en un seno
de estatua en el cristal de la ventana,
mientras un caballero,
–el Recuerdo–, nos habla de una hija,
–la Juventud–, más bella que un lucero,
y que se le murió hace muchos años
de un mal que los doctores encubrieron.
Y uno puede sentir la indefinible
gracia de estar sereno,
aunque en la calle grite un hombrecillo
el léxico de todos los denuestos
que se pueden decir
sin temor de ser preso.


SIMPLES PALABRAS

Las lágrimas te suben a los ojos
y trémulas resbalan hasta el cuello:
es como si tuvieras tres o cuatro
diamantes desprendidos de un atrezo.

Tus dos manos crispadas en las faldas
hacen crujir los dedos...
Parecen dos serpientes de marfil
que se acarician sobre el musgo fresco.

¿Y todo para qué? ¡Si yo conozco
lo poco que te cuesta todo eso!
Las lágrimas te van pródigamente
cuando lees algún novelón tierno.

¿Y no te vi ese gesto de las manos,
cual de Medea o de Ariadna en celo,
ayer cuando encontraste
dentro la jaula tu canario muerto?

Descálzate del trágico coturno,
ten la simplicidad de los corderos:
a ojos amantes corazón desnudo ...
(Una frase a lo Lope o lo Quevedo.)


AN  OLD ENGRAVING

La hiedra sube al tejado
luminosa  de rocío,
y una gran luna de junio
le da claridad de cirio.

Las tres muchachas de blanco,
se acercan como figuras
de danza, fraternalmente
tomadas de la cintura.

Tienen los hombros desnudos
del mismo color del lago
cuando es la tarde. Y avanzan
los ágiles pies descalzos.

Igual que todas las noches,
al pie del muro amarillo
estridulan como gotas
sonoras los pobres grillos.

Igual que todas las noches,
al pie del muro amarillo,
con la plegaria en los labios
se ha dormido algún mendigo.

ASI   SERA

Por un montón vano
de tierra más vana,
no es justo que llores:
nadie llora a nada.

Otros labios ávidos
tocarán tu cara.
Déjalos que besen,
también son fantasmas.

Yo tendré en los ojos
dos nidos de larvas
cuando otras pupilas
te miren la cara.

Cuando en otros brazos
se doble tu espalda,
yo tendrá en las manos
raíz de campánulas.

Y bajo la tierra
vana, pero santa,
– ¡oh, don de los dioses!–,
no he de sentir nada.


SIMPLES PALABRAS

No trabajes el verso
con amor prolongado.
Sea como paloma
que se va de la mano.

La dulce estrofa siempre
un poco de alma exhale.
Más que hoja de libro
sea gota de sangre;

Pero más a menudo
sea gota de alegría,
y próvida reparta
la cordial sonrisa.

Que no tenga en tu vida
mucha importancia el verso.
Tú que los haces sabes
qué poco vale eso.

Haz como algunos hombres
que trabajan seis días
y los domingos podan
unas plantas queridas.

Trabaja tus seis días,
y en la aurora de Dios
pódate el buen rosal
que está en tu corazón.


SOMBRA DE ÁRBOL

Gracias, sombra sagrada de los árboles.
Ahora te derramas en mis brazos,
sombra, y siento un humor como de aurora
sobre la hierba nueva de los prados.
¡Amigo de los ¡pájaros!: tú eres
como la casa mía por lo manso
y por esa humildad de fortaleza
que hay en tus ramas bellas como brazos.
He parado mi planta en el camino,
y una serenidad grave de lago
pones sobre el asombro de mis ojos...
Para el fin de la vida y del trabajo,
como un sudario todo de armonía,
tenga tu gran serenidad, hermano.


EL GUIA

Los invisibles vientos mueven las grandes velas.
Alma, como los vientos condúceme en la vida.
Tú sabes el camino mejor que mis gemelas
pupilas que ya tienen la paz de ver perdida.

Pues yo sé tantas cosas que no sé la verdad,
y tanto cada día comulgo hostias de duda,
que si algo he hecho bueno fue por casualidad.
Me viste un pensamiento y el otro me desnuda.

Ahora, a ti me entrego. Quiero ser tú, alma mía:
en el mal o en el bien tú sabes el camino:
así, vayamos juntos; sólo te pediría
que en todo sitio y siempre me ocultes el destino.


EL VOTO


¿Cuál conjunción de estrellas me ha tornado co-
                                                                       [plero? ...
Mi planta para el carro de Harmonía es muy breve,
y ante tu templo ¡oh, Musa!, yo soy como un romero
que al ara, toda lumbre y lino y plata y nieve,
lleno de miedos santos a llegar no se atreve...


*************************************

Lejano es ese día. Fui a la carpintería,
y turbando el chirrido de la ssierras, entonce
clamé al roble, al escoplo y a la cerrajería,
al cepillo que canta y a la tuerca de bronce,
a las ensambladuras y al hueco para el gonce.

Y dije: olor de pino, sabor de selva y río,
rizo de la viruta, nitidez del formón,
tornillo, gusanito tenaz lleno de brío,
glóbulo saltarín del nivel, precisión
de escuadra, de compás, de plomo en suspensión.

Bienvenida a este nuevo trabajador de robles,
porque él hará hemistiquios, ya sobre el pino esprus,
ya en el nogal, que es digno de cuajar gestos nobles,
o el sándalo oloroso o el ébano, que en luz
brilla por negro y brilla porque él hace la cruz.

Bienvenida a este nuevo trabajador del pino,
que moverá el martillo cual rima de canción,
al hacer la mortaja, la cuna o el divino 
talle de los violines o el recio mascarón
que habla con los delfines desde la embarcación;

la puerta que se abre cuando un amigo llega;
la mesa en que partimos el pan con los hermanos,
y el ropero, el ropero familiar que doblega
los anchos anaqueles bajo rimeros vanos
de lienzos que de tanto blancor están lozanos ...

¿Cuál conjunción de estrellas me ha tornado co-
                                                                     [plero?


UNA   CARRETA   PASA

Era hora de volver. El sol detuvo
sus corceles a espaldas de un boscaje
monstruosamente Informe, negro y rojo
y amarillo y violáceo y azul humo;
era como una tapia de crespones
florecida de cirios y de carne.

El campo se hizo vago, vago el surco,
medroso el viento y susurrante el lino ...
Alguien creyó que el lino abría ojos,
y que junto al sendero una alimaña
alzaba cuatro testas de serpiente ...
Cerca del matorral una raposa
corrió arañando el suelo con el vientre.
La carreta del heno ¡cómo gime!
y ¡cómo huele el heno a cementerio!
En el heno ha sembrado la oración
sus rocíos alados: las luciérnagas.
En el andar sin gana de las bestias
se oyen crujir sus huesos doloridos,
y arriba, a flor de carga, algunos hombres
hacen gestos de ebrios y sonámbulos,
y otros, cansinos, pensativos, quietos,
juntan la mansedumbre de los bueyes
a la melancolía de la hora.
Ya las primeras chozas del poblado
vuelcan luz por el hueco de sus puertas;
al pasar se oyen voces apagadas,
mas turba el aire con su canto alegre
la cadena que baja el cubo al pozo.
El triste trajinar de la carreta,
pacifica la charla de los grillos;
del borde de la senda y en la senda
el charco en la penumbra reluciente
parece una coraza abandonada.
Lejos va otra carreta rechinante,
y las uncidas bestias se saludan
con un mugido prolongado y manso ...
La solitaria noche llega atada
de la pobre carreta gemidora.


CIPRESES DE JARDÍN

Los cipreses perpetuos del jardín
y la humedad al pie de los cipreses,
y el musgo y el otoño y el sin fin
silencio que me oprime muchas veces,

cuando paso tan cerca del jardín
donde prolongan sombra los cipreses,
todo se junta en sucesión sin fin
y me da la tristeza de otras veces.

¡Oh, jardín que he mirado tantas veces
con temor melancólico y sin fin!
¡Oh, angustioso y letal, fosco jardín!

Con llamadas de muerto muchas veces
mueven los brazos largos los cipreses,
los cipreses perpetuos del jardín ...


LA   ENFERMA

Cuando estás sola y miras largamente
las mutaciones de estas cosas bajas,
al misterio final llevas la mente
y el árbol de tu espíritu desgajas.

El árbol de tu espíritu da flores
de beatitud y de serenidad,
y tiembla con los últimos dolores
de la ilusión ante la eternidad.

Y si acercas las manos a las cosas, 
tienen tus pobres manos temblorosas
como un ciego temor de despertarlas:

cada vez que te acercas a tocarlas
te llaman ya en los pálidos jardines
de la Muerte los blancos serafines.


LAS RISAS

Francisco Rabelais ríe ruidosamente
con los puños cerrados sobre el hígado, como
ríen las mesoneras. Pero ¡cuan sutilmente
corta de Machiavelo su fino labio acromo!

La sonrisa de Hugo fue familiar y tierna:
algo   de  madre  joven  y   algo  de  Carlomagno.
Y era la de León Trece –tan infantil y eterna–
de viejito sin dientes al pie de un roble magno.

Desde el lucero suave, que apenas es sonrisa
fugitiva en la angélica boca de Monna Lisa,
hasta la de Edgar Poe, risa de calavera,

el alma que se asoma al jardín de las frases,
como un volatinero, cambia tantos disfraces,
que siendo siempre virgen, a veces es ramera.


CANCIONCILLA

El pino dice agorerías
en el silencio vesperal.
–Pino albar,  ¿cuántos son mis días?;
la cuenta siempre fina mal...

–Pino que rezas en voz baja,
pino agorero, pino albar,
de pino albar será la caja
en que me han de amortajar.

Caja de pino con retoño,
para enterrar a un rimador.
¡Ah!; que lo entierren en otoño...
Pongan también alguna flor.

El pino dice agorerías
junto al molino rumiador;
arriba están las Tres Marías
como tres hojas de una flor.

El pino dice agorerías
sobre el silencio vesperal;
los pobres pasan como días
y el pino reza en su misal.


CANCIONCILLA


Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y la abuela hila que hila
los vellones tempraneros.

–Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero.
–Madre, por el valle fui
y he perdido los corderos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas:   es Enero.
Y no curaban del hato
la pastora ni el mozuelo.

–Ve, la mano se me cansa,
y el huso vacío vuelvo ...
Alzaba al hablar la abuela
a la luz los ojos ciegos.

–Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero...
Y alzaba al hablar la abuela
al cielo los ojos muertos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
La pastora, la pastora
se ha cortado su cabello.

En las manos de la abuela
puso su tesoro entero,
todo su cabello de oro
en los temblorosos dedos.

La abuela al hilar decía:
–¿Qué lana parece helecho
y seda y agua de fuente
y vegada de trovero? ...

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
A ver hilar a la abuela
bajó un ruiseñor del cielo.


CANCIONCILLA

Una ... dos ... tres ...
La más linda ¿cuál será,
La más linda de todas es
la flor que el almendro da.

Florecita de almendro, caes sobre el que pasa,
y el que pasa se lleva tu blancura a su casa.

Pasan los corderos, los
corderos color de pan,
y el almendro sonríe en pos
de los corderos que se van.

Florecita de almendro, que más linda te ¡pones
cuando nevadamente caes en los vellones...

Una ... dos... tres ...
¿Quién está, quién está en el jardín?
sobre la rama está tal vez
el gorrión piando sin fin.

Florecita de almendro, los gorriones se han ido,
llevándote en el pico como pluma de nido.


VIEJO CIEGO

Blanco es el iris de sus ojos
como la carne de los hinojos,
y blancas son sus canas
como la carne de las manzanas.

Junto a las matas de los tojos
aleprosados por los piojos,
el ciego escucha las campanas
que lejos cantan coplas vanas.

Un vientiño cascabelero
hace reír al limonero
en el silencio vesperal;
por ver si llueve alza la mano

el ciego, y cae en su hombro anciano
a puñaditos, flor nupcial.


DE  LOS  HOMBRES

Están los hombres que obran, los molinos de ac-
                                                                   [ciones
al medio de una nube de seres vacilantes.
Mas su gesto palpita con las constelaciones,
aunque su paso es firme porque son ignorantes.

Tienen encallecida la piel del sentimiento
para no detenerse. Y no abren el divino
libro porque la duda no les tuerza el aliento.
¡Y no son más que Ixiones atados al destino!

¿Qué son los Cides? ¿Pueden repercutir sus hechos
como un reflujo de almas en lo desconocido?
¿O acaban sus hazañas en torno de sus pechos?;
¿o de ellas el futuro recibe más que ruido?

¡Pobres brazos mecánicos bajo una oculta saña,
que hacen temblar la Tierra vana e inútilmente!
Como las tempestades propóntidas su hazaña
con tres gotas de aceite se apaga mortalmente.

Sólo los que elaboran la idea son humanos.
Sólo ellos perpetúan la gloria de la raza.
Su cerebro granítico retiene los arcanos
titanes que implacables la Razón despedaza...

El trípode de bronce, gaje glorioso, tengan
ellos que intensifican el divino tormento
de pensar, de dudar ... Cóncavo bronce obtengan:
sólo la Idea es Vida, lo demás movimiento.


LA MAMPARA

Cansada, mas sabiendo lo que vale,
la pluma está dejando la escritura;
y desperezándose la frase sale
como el óleo de un pomo de pintura.

Y tú, respiración querida, suenas
(y estás llamando junto a ti mi alma)
detrás de la mampara, donde apenas
la luz alumbra, amortiguada y calma.

Trabajo y duermo. Velas tú, mampara
que tienes lirios en tu seda clara
y con los lirios flor de nomeolvides.

(¡Como si el olvido no fuese útil!)
Velas en este cuarto en que divides
el beso breve y la labor inútil.



LAS SEÑAS

Cuando vuelvo el alma al pasado
y llamo a todos los que he amado,
los que vivieron a mi lado
y la Inmortal los ha llevado;

cuando evoco el cariño ido,
el ultraje padecido,
el sentimiento incomprendido
y un mal que me ha entristecido,

pienso que he vivido mucho
y que pronto han de llamarme
todos los que me dejaron.

Cuanto más vivo y más lucho
¡más quisiera ir a juntarme
con los que me abandonaron!


LA ESTATUA

I

¡Oh, mujer de los brazos extendidos
y los de mármol ojos tan serenos,
he arrimado mis sienes a tus senos
como una rama en flor sobre dos nidos!

¡Oh, el sentimiento grave que me llena
al no escuchar latir tu carne fría
y saber que la piedra te condena
a no tener latido en ningún día!

¡Oh, diamante arrancado a la cantera,
tu forma llena está de Primavera,
y no tienes olor, ni luz, ni trino!
Tú que nunca podrás cerrar la mano,

tienes, en gesto de cariño humano,
la única mano abierta en mi camino.

II


No te enciende el pudor rosas rosadas,
ni el suceder del Tiempo te da injuria,
ni levanta tus vestes consagradas
torpe mano temblante de lujuria.

A tus píes se dan muerte las pasiones,
las euménides doman sus cabellos
y se asustan malsines y felones
al gesto inmóvil de tus brazos bellos.

Luz del día no cierra tus pupilas,
viento no mueve el haz de tus guedejas,
ruido no queda preso en tus oídos.

Pues eres,  ¡oh mujer de aras tranquilas!,
un venusto ideal de edades viejas
transmitido a los tiempos no venidos.

III

Mujer, que eres mujer porque eres bella
y porque me hace ir el pensamiento
por senda muda de recogimiento
al símbolo, a la estrofa y a la estrella,

nunca mujer serás: tu carne vana
jamás palpita de amor herida,
nunca sonreirás una mañana
ni serás una tarde entristecida.
Y sin embargo soy de ti cegado,
y sin embargo soy de ti turbado
y al propio tiempo bueno y serenado,
y quisiera partir mi pan contigo

y pasear de tu mano en huerto amigo
en busca de esa paz que no consigo...

IV

Arrimadas mis sienes a tus senos
siento que me penetra alevemente
frío de nieve y humedad de cienos...
¡Siempre materia y siempre indiferente!

Quién tuviera, ¡oh, mujer que no suspira!
esa inmovilidad ante la suerte,
esa serenidad para la ira,
en la vida, esa mano de la Muerte.

Mi espíritu jamás podrá animarte,
ni turbar un instante solamente
el gesto grande que te ha dada el arte.
¡Quién pudiera esperar la muerte tarda,

sereno cual la piedra indiferente,
callado como el Ángel de la Guarda!...


CANCIONCILLA

Cuando mi labio te bese, aldeanita,
ciérreme el labio tu mano olorosa
que huele al camino y a la margarita
y al nido con cría y a savia briosa.

Ciérrame el labio, el labio fino,
el labio loco, el labio en flor;
ciérrame el labio, que traigo un divino
beso más frágil que rosa de olor.

Cuando tu mano recoge la falda
que en pascua te diera tu padre y señor,
dicen que viene la fada Mafalda
segando los trinos del gay ruiseñor.

Niña blanca, blanca aldeana,
blanca aldeana más blanca que el sol,
recoge la falda, que está la mañana
poniendo abejucas en el girasol.


CANCIONCILLA

Manos que Teócrito amaba
ver sobre almohadas de berros,
bajo la flor de la aljaba,
junto a los pastores perros.

Benditas por la canción
de las cigarras doradas,
alabadas de Platón,
de las Musas muy amadas.

Manos que desmayan en
las trenzas de Filomela,
y en los ojos puestos ven
el humo de la aldehuela.

Que han llenado de temblor
el agua de la fontana,
de temblor llenadas por
la zampona virgiliana.

Manos toscas de labrar
el ciruelo blanco de alas,
y de encender el hogar
bajo el árbol caro a Palas.

Mano morena que domas
el negro toro bravío,
mientras susurra en las lomas
la lluvia loca de estío.

Y apresuras las corderas
con la vara de membrillo,
cuando hay sombra en las praderas
y calla tu caramillo.

Que en los prados castellanos
vio Lope en dulce lamento...
(¡Oh, prados, prados lozanos
de hierba y de sentimiento!)

Que en Saxes y Sévres vimos
con cintas color de rosa
nevando sobre racimos
de poma áurea y malvarrosa.

Duérmete en la buena tarde
entre la fuente y la flor,
y el lucerito que arde
arriba ... pastor, pastor...


VEREDA ALDEANA

Vereda, vereda aldeana
que te he visto una mañana.
Y caen las hojas secas
como pedazos de ruecas.

Y el mismo mendigo viene
y al mismo perro contiene;
y se desnuda la pierna
y muestra la llaga tierna;

y por la barba se pasa
la mano como una gasa;
mira la senda rojiza,
rojiza y también ceniza.

Siempre hierbas lastimosas
brotan entre las baldosas;
siempre la hilera de hormigas
ondula con sus fatigas.

Van las mujeres al ruego
con ese grave sosiego
de las vidas siempre iguales
y un poco sentimentales.

Mujer que te vas a misa,
aprisa, mujer, a prisa,
que he sentido la campana
desde esta vereda aldeana...

Vereda, vereda aldeana,
en horas de la mañana,
cuando caen hojas secas
como pedazos de ruecas ...


LA  SENDA DE  LOS  MANZANOS


Daban sombra a la senda los manzanos,
y cual templos con cálices de aromas,
maduraban los árboles lozanos
la carne blanca y dura de las pomas.

La hierba amarillenta, el puente roto,
las condecoraciones del sol manso
sobre la charca verde y sobre el soto
y la canoa quieta en el remanso,

eran como reposo para el alma
la mendiga de calma
en la senda con sombra de manzanos.

Rodeábanme, al mover paso tardío,
mariposas y sol, silencio y río,
en la senda con sombra de manzanos.


IMAGEN

Somos como la vieja torre cuando
saltan de sus ventanas golondrinas;
somos como la vieja torre cuando
cantan en sus campanas voces finas.

Somos como la cama de un enfermo
cuando alzándose en ella se ve el prado;
somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de acostado.

Pues nuestro corazón con ilusiones
como la torre es, que tiene sones,
que tiene golondrinas, pero es vieja.

Pues nuestros corazón siempre en desvelo,
es cual lecho que puede ver el cielo,
pero que lleva a uno que se queja.


BALBUCEO DE LA LLUVIA IDA


Pasó la lluvia.  ¡Buenas tardes,
pared de la vieja abadía! Hila, arañita; yo voy
tras de Cloris y de Amintas...

¿Otra vez ha venido el sol?
Sí... no... ¡Oh, de la niña!
¡Oh, de la niña que tiene rosada
rosa de mañana en la mejilla!

Hueles a nardo y helecho,
pared de la vieja abadía,
porque vino una lluvia breve
y ahora el sol te acaricia.

¡Cómo pía el pájaro! ¿No sientes
un pájaro, un pájaro que pía?
Allí, entre las hojas mojadas,
pared un poco dormida ...

¡Oh, la frescura de la senda,
el aire de la sendita,
donde todavía caen gotas
sobre las margaritas!

Los niños están en ella,
pared de la vieja abadía:
en la senda los niños buscan
lágrimas en las margaritas.

Mas ¿por qué han de llorar
las pobres, las buenas margaritas?
¿Por qué han de llorar ellas,
las hijas de las campiñas? ...

–¿El señor abad cuenta cuentos,
pared de la vieja abadía? ...
–En el huerto húmedo y oloroso
el señor abad junta guindas.

"Ahora, sólo falta que suene,
pared de la vieja abadía,
alegre como gorriones
la voz de una campanita.

¿Has visto?... Se fue la lluvia,
Pared de la vieja abadía,
yo me voy al monte, al monte,
a besar a las aldeanitas.


CARRETERO


Oloroso está el heno, carretero,
oloroso está el heno;
huele a trébol del valle, a vellón nuevo
y al patio viejo del mesón del pueblo.

Oloroso está el heno en la carreta,
el heno de la húmeda pradera
sembrada de corderas...
¡Oh, pradera que está en la primavera!

–Oloroso está el heno, buen amigo,
que vas por el camino ...
Un camino, una tarde, un buen amigo...
oloroso está el heno con rocío,

–Lo cortamos cuando era luna nueva.
–¿Sonaba una vihuela?
–Sí, una vihuela de baladas llena
a la luz de la luna, luna nueva.

Tus manos siempre tocan el rocío,
y el heno y la tierruca del camino,
y por eso parecen dos racimos
de sembrado con sueño matutino.

Y tiene un gajito de pereza,
de esa pereza, de esa
pereza que dormita en la carreta
quejosa a la tornada de la era.

Quién sabe si es tristura
la que empaña la breve felpa obscura
del ojo de los bueyes, de la yunta
de mansedumbre grave y de dulzura.

Carreta y carretero
se humedecen en ese raso viejo
del ojo de los bueyes, y por eso
están tus manos tristes, carretero.

Tus manos grandes, óseas, morenicas,
como sarmientos de las viejas viñas,
sobre el heno oloroso están dormidas,
carretero que vas para la villa.


LUMBRE

Nunca vio el cielo enorme
actitud más gloriosa
que aquella que el informe
fuego encendió,

cuando la milagrosa
chispa resplandeciente
de la mano medrosa
rauda saltó,

y todo lo viviente
vio las manos del Hombre
más que divinamente
tocando Sol.


CANCIÓN DE LOS OLIVOS

Cigarras del verano, venid a nosotros;
venid a nosotros, insectos cantores,
porque damos sombras a los caminantes
y somos esbeltos como las doncellas.

Insectos cantores, mirad nuestras ramas:
son como cadencias de estrofas gentiles,
son como oraciones de los niños buenos,
nunca bien sabidas, jamás olvidadas.

Parecemos muchas sombras de sibilas,
velando el misterio de la santa selva;
parecemos áureos  trípodes  de  aromas
votados al numen de los cuatro vientos.

Venid, ¡oh, cigarras del mes de Diciembre!,
y llenad de ruidos las mañanas diáfanas;
ruede vuestra estrofa sobre los caminos
desde nuestras ramas llenas de retoños.

Paz de vida justa riegan nuestras ramas,
nuestras ramas nobles, gráciles y tímidas
como las canciones de los niños buenos,
nuca bien sabidas, jamás olvidadas.


IMAGEN

Porque mi corazón es trashumante
y desasido está de casa y pena,
y sube a mi pupila y cual diamante
que brilla a una luz suave la serena;

y porque ama vagar desde el menguante
hasta el creciente, y porque tiene cena
de rocío, de aire y del fragante
ritmo que en los caminos baila y suena:

yo me parezco al perro vagabundo
que hace su siesta al sol bueno y fecundo,
y al desertar, enorme de ilusión,

mira el manso paisaje largamente
para que la quietud que tiene al frente
se le vaya enredando al corazón.


LA MUERTA

Le cerraron los ojos azules,
le besaron las manos muy pálidas;
las manitas con puños de tules
eran dos milagrosas crisálidas.

En la sala lejana lloraba
y lloraba la madre sus penas;
el cabello muy rubio bajaba
a secar sus mejillas serenas.

A la madre le dice el chicuelo:
–Si la nena se ha muerto de veras,
¿me darán sus muñecas a mí?

Tesorito, luz mía, mi cielo:
nunca, nunca, luz mía, te mueras;
te darán sus muñecas, sí, sí...


POR  LA  CUESTA  DEL  MONTE

Borda el bosque de olivos el bancal color humo,
donde crecen los berros, donde cantan los grillos;
en la choza de cañas tiembla un copo de humo
y un buey bermejo ronda la noria de ladrillos.

La muchacha a su paso deja su avemaría,
están tristes los ramos de la hierba doncella,
en el cíelo ha nacido una estrella maría,
sobre el olivo joven ha nacido una estrella...

Como golpes de ánfora de hierro enmohecido
los grajos han segado su graznido en los vientos:
salgan las salamandras al son enmohecido,
salgan a los callados caminos cenicientos ...

Durmiéndose en el llano blanquea la aldehuela;
dan sombra a sus tabernas las claras, grandes parras;
con sus solares mansos se duerme la aldehuela,
se despiertan los grillos, se duermen las cigarras...

Por la cuesta del monte, por la cuesta del monte
una muchacha blanca viene del horizonte.


LIBRO

Libro que ha abierto ahora mi mano temblorosa,
¿dónde estará la otra que te escribió? ¿Reposa
el reposo que vino del desmenuzamiento,
o vuelta cosa Ignota palpita aquí, en el viento?
¿Dónde estará el cerebro que sudó sangre y llanto
terrible porque un día se arrimó al camposanto?
Ahora ha penetrado la casa de la esfinge
que con los ojos fijos en lo vano restringe
los gestos en los brazos y las afirmaciones
en los labios movidos por ciegos corazones.
No sabemos si somos. Bestialmente la duda
está en la vida. Sólo sabemos que no duda
el muerto. Pero el muerto, egoísta supremo,
tiene el desdén enorme de la piedra, al extremo
que son impenetrables sus gestos transitivos.
Ya no son más humanos. Y nosotros, los vivos,
                                               ¿somos humanos?
                     ¿Hombre del libro, allá en los cielos
estarás, en la música, limpio de nuestros duelos,
paseándote entre estrellas con un lirio en la mano?
¿O por el prado elíseo mueves el paso vano,
sombra peripatética, junto a los mirtos de oro
y junto a los orfeos de corazón sonoro?
De allí igual a la tuya verás el alma mía;
tus pasiones de un día, renacen en mi día.
Tal vez verás mis nervios como los tuyos cuando
tu corazón estaba joven de amor cantando.

Existes o no existes, ¡oh, padre que escribiste!
Pero el sacro minuto que te oía: "estoy triste",
en la medida humana te hará inmortal. Las voces
escritas viven tanto como los mismos dioses.
Oye, vivió en tus tiempos la lumbrera judía,
–tal vez la conociste: Don Sem Tob– y decía:
"Non ay lanza que pase todas las armaduras,
nin que tanto traspase como las escrituras".
Tu libro te repite más que un hijo. Si acaso
tiene como los mismos universos su ocaso,
entonces otro hombre dirá lo que dijiste
nuevamente y en una lengua que aún no existe:
igual, antes y ahora, la misma alma se agita.
El corazón en cuatro cavidades palpita.
Lo que predijo Calchas junto a las negras naves,
hoy en los parlamentos lo dicen hombres graves.

... Y también hago el libro con mano temblorosa;
soy el rosal que echa la vida en una rosa.
Alguien tendrá algún día ese libro en su mano,
y si ella es de hombre que ha trabajado en vano,
que en vano ha perseguido su ideal, que ha tenido
en vano muchas lágrimas y que al fin se ha rendido
al destino... entonces puede ser que reviva
todo mi ser y cante como una lira viva
en otras carnes. Cante mi tristeza que pasa,
mi alegría que vuelve, mi tristeza que pasa,
mi alegría que vuelve... y mi duda que queda.

Tú mismo, hombre que lees, ¿no sientes la voz
                                                                [queda
que te está preguntando: ¿Tendrá los brazos fríos?
¿Ya cantarán los grillos en sus ojos vacíos?










0 comentarios:

Publicar un comentario

LOS FAVORITOS DEL LECTOR

 
Copyright © 2007-2019 El Timonel Editor| DNDA: 5208290
Distributed By Gooyaabi Templates