Héctor Viel Temperley
Crawl
(1982)
Hospital Británico
(1986)
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Primera Edición Digital:
IBSN: 020-012-195-4
Colección La Lira de Orfeo
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Crawl
(1982)
Pondré su mano sobre el mar
Salmo 89, 26
J´attends les cosaques et le
Saint-Esprit
Léon Bloy
EL ESPIGÓN MÁS LARGO, EL AVISO Y EL CRAWL
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
aunque comulgué como un ahogado,
mientras en una celda
de mi memoria arrecia
la lluvia del sudeste,
igual que siempre
embiste al sesgo a un espigón muy largo,
y barre el largo aviso
de vermut que lo escuda
con su llamado azul,
casi gris en el límite,
para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores:
dos o tres guardavidas,
dos adolescentes
un vago de la arena que cortaron
con una diagonal
el mar desde su playa.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
junto al hombro del kavanagh y de cara
a la escuela de náutica
y al plátano
hacedores de fuego que me impiden
flotar con éste entre esos pocos hombres
que allá —solos y lejos con la punta
del espigón desierto—,
mecido como sábanas
y cobijando, ingrávidos,
la vida en ese extremo
de monedero roto,
de chubasco enfrentado,
desasidos de todo
piensan en el regreso:
descansan; se dan vuelta -en silencio-, y se tienden
otra vez boca abajo
con un brazo apagando los graznidos
de las gaviotas
y las alas.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
contemplo unas sábanas
que sólo de mí penden
sin querer olvidar que en esta balsa,
de tiempo que detengo y de escafandra
con pasos de mujer,
nunca fui absuelto
en el adolescente y en el viento
ni en la cuerda del crawl, que de los hierros
cavernosos comienza
a separarse;
ni siquiera en las manos deslizándose
ni en el agua -que corre entre los dedos –
ni en los dedos, ligándose despacio
para remar con aprensión
de nuevo
allí donde no hay mesa para apoyar los brazos
y esperar que alguien venga
desde su pueblo a visitarnos;
nadie fuma ni duerme, y —en días
de gran calma—
sobre el plato de un hombro
puede viajar un vaso.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
y no me está mareando un sexo, una fisura,
sino una zona:
el patio de esa escuela
de náutica sin velas —!cuerpo solo!—
donde unos niños ciegos,
envueltos en miocardio,
con tambores y flautas
reciben a las costas;
la carne comentando,
ya hasta en la espalda,
el frío
—que asciende repentino donde parte el océano
y las yemas, heladas,
en su Pudor se pierden—;
y el miedo que, en el vientre, de su piel hace párpado
—entre el ojo que tiembla
y el ojo del abismo—,
y es cordel, por el pecho, de la voz que naufraga
en el aire que hierva, despedido
como sangre,
en los pómulos tronantes.
Peces de cima,
cajas bamboleadas.
LAS ARENERAS, JESUCRISTO Y EL DESAGÜE
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
aunque comulgué con los cosacos
sentados a una mesa bajo el cielo
y los eucaliptus que con ellos
se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras
del sur de la ciudad
—el vizcaíno,
santa adela,
la elisa—
(a la sombra hay un loco, y hay un árbol
muy alto
y alguien dice «cristo en rusia»)
e insolado hablo al yo que está en su orilla,
ansío su aventura
en otro hombre,
y a la hora en que no sé si tuve esclava,
si busco a dios,
si quiero ser o serme,
si fui vendido a tierra o si amo poco,
sé que Él quiere venir pero no puede
cruzar —si no lo robo como a un banco
pesado de galeote—
esa balanza
que es tanta hacia ambos lados
atrancando mis puertas:
la abierta, marginal, no interrumpida
matriz sin cabecera
donde gateó la vida,
donde algunos gatean
y su alma sólo traga lo mismo que el mar traga:
aletas, playas solas e iguales, hombres débiles
y una pared espesa
de cetáceo y de fábrica.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
—De los labios colgado, o de la hostia—,
hospital retraído respirando;
Y, sangre en celosía, en ella dejo
pulsos, piel, carcajadas de cosacos
Que de Mohamed no aceptan ser vasallos,
hasta besarme el Rostro en Jesucristo
Detrás de los cabellos del vago en la arena,
donde los confesores no caminan,
En mi conciencia, que tragué —sacrílego—
con Él, que ve el limón,
la cal, el sexo
—La puerta azul de gasa tijereteada, huraña,
de la casi casilla
que la belleza puso
En las costas del yo, que en sus muros enyesa
las huellas de gaviotas
de unas cuantas palmeras—
Y el ropero en la torre, el revoltijo de disfraces
ácidos contra el pubis,
no en las perchas,
que fue el amor tardío,
de un cajón de la tierra
Ya en Él, que hace mi ahora entre costillas
—como vendas de espacios sin memoria—
Dentro del caracol que usé de pecho
al lado de un diluvio,
en una mesa
De plana luz de Cuerpo descendido
y pétalos volando como llagas,
O en esa estrecha pieza, con un sapo,
donde brama el motor
y no entra el viento
Y a ojos bajos, garganta con naranjas,
treguas de voz,
se acercan los caballos.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
Y hacia otro hombre apuntan los prismáticos
De la escuela de náutica —que resistí— y del plátano
Que no sé más cuál es, que está en el puerto
con otros cien,
que un día fue ciruelo
O grito de novicia de piletas vacías
rotas por el allá,
después zureo
De torcaza escondida en los portones
calientes de un estadio en el suburbio
Mientras ellas traían la pobreza,
la señal del aborto, los cabellos,
las manchas de salitre y,
en las albas,
Óseo en mi rostro y largo como un tendón de aquiles
de muchacha o de pueblo
que camina o que duerme,
Ese olor a infinito enverjado, pujante
junto al Crucificado
que ocupaba,
incorrupto,
La mitad de la balsa, del cerebro,
de las islas del techo
y del desagüe
—Que se arrastraba angosto, a cielo abierto,
igual que un regimiento entre violetas,
Con hilos de agua vieja, grandes hojas
de palmeras, tapitas de cervezas,
campanillas silvestres, mucho tiempo
sin Teresa, que amé a los doce años—,
y la mitad
del mar:
por
donde,
me decía,
Dentro de poco el sol sería un gallo
en un carro blindado,
y la cabeza
sobre plata
—enseguida—
del Bautista.
LA CASILLA DE LOS BAÑEROS, EL PISO
A Ernesto del Castillo
que me prestó un salvavidas
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, hermanos
en reflejados días que tenían dos mares.
Sacristía con trigo de desnudos oyendo
un altar de colmenas. Única sombra.
Tablas.
Piso para las víctimas más grises del planeta.
Capilla sin exvoto:
Sólo mandíbulas de escualos.
Y espejito con olas que nos ven entrar cansados.
En la gavia del tórax, como alas entre cantos
rodados -recogidos
de bruces-
los pulmones;
Y, en las ceñidas lonas, ladridos empujando
a mástiles de hueso
que no fueron quebrados.
Y yo -que pude en sueños o en misión escalarme
por serpientes de nieve
que iluminan
escondrijos de mapas
y capotes
Bautizando en las noches de las cumbres a un lago-;
y yo -que no quisiera
que esa tropa oscilara
demasiado o se hundiera
en el umbral del cielo-,
Aquí donde la novia de un buen mozo del muelle
se entregó por dinero
a las visitas
(Después de hablar los dos afuera, contra el viento,
una hora o dos horas
caminando, abrazándose)
Y a las siestas, de pie, los guardavidas
abatían la sal de sus cabezas
como una damajuana muy pesada,
de agua dulce y de vidrio verde, grueso,
que entre todos
cuidaban,
me adormezco.
Lágrima en la botella el mar se seca
Y hasta que la pequeña estufa es desatada
-y dejan de brillas
los pies oscuros-
Remolco sobre el hielo a una muchacha
(O en el piso, de nuevo,
veo sus pies,
de nuevo
no sé cómo
La estufa no los quema, ni sé cómo
no saben arder menos que ellos
la cintura
O la boca,
Entreabierta en las tinieblas;
Y como siempre llueve y los relámpagos,
en la ventana sucia,
son los de ella);
Y sé que lo que hicimos refulgía
y llamaba -ahora sé-
mientras lo hacíamos
Y yo no era su prójimo, ni mi yo era mi prójimo,
y su boca, gavilla
con hormigas
y tierra,
En confines de tinta
Me sacaba del odio.
CRAWL fue compuesto, en alabanza a la presencia
Misericordiosa de Cristo Nuestro Señor, entre el 1ero.
de febrero de 1980 y el 24 de junio (Natividad de San
Juan Bautista) de 1982.
Hospital Británico
(1986)
Nota del Editor: Esta edición de Hospital Británico incluye como final el poema inédito «Magenta».
Mi madre es la risa, la libertad, el verano
HOSPITAL BRITÁNICO
Mes de marzo de 1986
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de
mariposa: Mi madre vino al cielo a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la
Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en
Tu llanto- para comenzar todo de nuevo.
HOSPITAL BRITÁNICO
Mes de marzo de 1986
(versión con esquirlas y "Christus Pantokrator")
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de
mariposa: Mi madre vino al cielo a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la
Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en
Tu llanto- para comenzar todo de nuevo.
Hospital Británico
La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada
por no querer saber lo que es ser joven.
Llevando otro embarazo sobre las largas piernas, me pide
Humildemente fechas para una lápida. (1984)
Hospital Británico
¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? ¿Quién
puso en mi camino hacia la misa a esos patos marrones
—o pupitres con las alas abiertas—que se hunden
en el polvo de la tarde sobre la pérgola que cubrían las glicinas? (1984)
Hospital Británico
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984)
Pabellón Rosetto
Aquella blanca pared nueva, joven, que hablaba a las
palmeras de una playa —enfermeras de pechos de luz
verde— en una fotografía que perdí en mi adolescencia.
Pabellón Rosetto
Soñé que nos hundíamos y que después nadábamos
hacia la costa lentamente y que de nuestras sombras de color
verde claro huían los tiburones. (1978)
Pabellón Rosetto
Si me enseñaras qué es el verde claro... (1978)
Pabellón Rosetto
Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas
en el viento debajo de la cama. (1984)
«Christus Pantokrator»
La postal tiene una leyenda: «Christus Pantokrator, siglo XIII».
A los pies de la pared desnuda, la postal es un Christus
Pantokrator en la mitad de un espigón larguísimo. (1985)
«Christus Pantokrator»
Entre mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca
hay piso. Siempre hay dos alpargatas descosidas,
blancas, en un día de viento.
Con la postal en el zócalo, con Christus Pantokrator en
el espigón larguísimo, mi oscuridad no tiene hambre
de gaviotas. (1985)
«Christus Pantokrator»
La postal viene de marineros, de pugilistas viejos en ese
bar estrecho que parece un submarino—de maderas y
de latas—hundiéndose en el sol de la ribera.
La postal viene de un Christus Pantokrator que cuando
bajo las persianas, apago la luz y cierro los ojos, me
pide que filme Su Silencio dentro de una botella varada
en un banco infinito. (1985)
«Christus Pantokrator»
Delante de la postal estoy como una pala que cava en el
sol, en el Rostro y en los ojos de Christus Pantokrator.
(1985)
Sé que sólo en los ojos de Christus Pantokrator puedo
cavar en la transpiración de todos mis veranos hasta
llegar desde el esternón, desde el mediodía, a ese faro
cubierto por alas de naranjos que quiero para el niño casi mudo
que llevé sobre el alma muchos meses.
(Mes de Abril de 1986)
Larga Esquina De Verano
Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó.
Necesito estar a oscuras, necesito regresar al hombre.
No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián,
ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No quiero
ser tocado por los sueños.
El enano que es mi ángel de la guarda sube bamboleándose
los pocos peldaños de madera ametrallados por los soles;
y sobre el pasamano de coronas de espinas, la piedra
de su anillo es un cruzado que trepa somnoliento una
colina: burdeles vacíos y pequeños, panaderías abiertas
pero muy pequeñas, teatros pequeños pero cerrados
—y más arriba ojos de catacumbas, lejanas miradas de
catacumbas tras oscuras pestañas a flor de tierra.
Un tiburón se pudre a veinte metros. Un tiburón pequeño
—una bala con tajos, un acordeón abierto— se pudre y
me acompaña. Un tiburón —un criquet en silencio en el
suelo de tierra, junto a un tambor de agua, en una
gomería a muchos metros de la ruta— se pudre a veinte
metros del sol en mi cabeza: El sol como las puertas,
con dos hombres blanquísimos, de un colegio militar
en un desierto; un colegio militar que no es más que un
desierto en un lugar adentro de esta playa de la que
huye el futuro.
(1984)
Larga Esquina De Verano
¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede
servirse de los cielos, y de las nubes y las aves, para
observarme las entrañas?
Amigos muertos que caminan en las tardes grises hacia
frontones de pelota solitarios: El rufián que me mira
se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.
Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo
en la iglesia de desagüe a cielo abierto en la que creo.
Espero la resurrección espero su estallido contra mis
enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta playa.
Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como
cota de malla — y sin ninguna Historia ardan en mí—
las cabezas de fósforos de todo el Tiempo.
Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en
los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito
estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta.
El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que
echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona
que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en
mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad
de luz que se ha tragado al mar, a las velas y al cielo.
(1984)
Larga Esquina De Verano
La boca abierta al viento que se lleva a las moscas, el tiburón
se pudre a veinte metros. El tiburón se desvanece,
flota sobre el último asiento de la playa —del ómnibus que
asciende con las ratas mareadas y con frío y comienza a
partirse por la mitad y a desprenderse del limpiaparabrisas,
que en los ojos del mar era su lluvia.
Me acostumbré a verlas llegar con las nubes para cambiar
mi vida. Me acostumbré a extrañarlas bajo el cielo:
calladas, sin equipaje, con un cepillo de dientes entre sus
manos. Me acostumbré a sus vientres sin esposo,
embarazadas jóvenes que odian la arena que me cubre.
(1984)
LARGA ESQUINA DE VERANO
¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo
hambre de Rostro ensangrentado quiere comer arena
y olvidarse?
Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi
cabeza: No me separo de las claras paralelas de madera
que tatuaban la piel de mis brazos junto a las axilas; no
me separo de la única morada —sin paredes ni techo— que he
tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de
los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas
—y hambre de Rostro ensangrentado.
Pero como sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer
violencia para que aparezca Tu Cuerpo, que es mi
arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia con el pugilista africano
de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza
sin luz a la una de la tarde mientras el mar —afuera—
parece una armería? Dos mil años de esperanza, de arena
y de muchacha muerta, ¿pueden hacer violencia?
Con humedad de tienda que vendía cigarrillos negros,
revólveres baratos y cintas de colores para disfraces
de Carnaval, ¿se puede todavía hacer violencia?
Sin Tu Cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no
muere mártir; sin Tu Cuerpo en la tierra soy la trastienda
de un negocio donde se deshacen cadenas, brújulas,
timones —lentamente como hostias— bajo un ventilador
de techo gris sin Tu Cuerpo en la tierra no sé cómo pedir
perdón a una muchacha en la punta de guadaña con
rocío del ala izquierda del cementerio alemán (y la orilla
del mar espuma y agua helada en las mejillas —es a
veces un hombre que se afeita sin ganas día tras día).
(1985)
LARGA ESQUINA DE VERANO
¿Soy ese tripulante con corona de espinas que no ve a sus alas
afuera del buque, que no ve a Tu Rostro en el afiche
pegado al casco y desgarrado por el viento y que no se sabe
todavía que Tu Rostro es más que todo el mar cuando lanza sus
dados contra un negro espigón de cocinas de hierro
que espera a algunos hombres en un sol donde nieva?
(1985)
Tu Rostro
Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa,
entre cocinas frías y bajo un sol de nieve; Tu Rostro como
una conversación entre colmenas con vértigo en la llanura
del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra
con balidos muy cerca de mi aliento y mi revólver; Tu Rostro como sombra
verde y negra que desciende al galope, cada tarde, desde una pampa a dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu Rostro como arroyos de violetas
cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro
como arroyos de violetas que empapan de vitrales a un
hospital sobre un barranco.
(1985)
Tu Cuerpo y Tu Padre
Tu Cuerpo como un barranco, y el amor de Tu Padre como
duras mazorcas de tristeza en Tus axilas casi desgarradas.
(1985)
TENGO LA CABEZA VENDADA (texto profético lejano)
Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero
con una serpentina de agua helada en la memoria. Y le
pido socorro.
(1978)
TENGO LA CABEZA VENDADA
Mariposa de Dios, pubis de María: Atraviesa la sangre de
mi frente —hasta besarme el Rostro en Jesucristo
(1982)
TENGO LA CABEZA VENDADA (textos proféticos)
Mi cuerpo —con aves como bisturíes en la frente— entra
en mi alma. (1984)
El sol, en mi cabeza, como toda la sangre de Cristo sobre
una pared de anestesia total. (1984)
Santa Reina de los misterios del rosario del hacha y
de las brazadas lejos del espigón: Ruega por mí que estoy
en una zona donde nunca había anclado con maniobras
de Cristo mi cabeza. (1985)
Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los
siglos de los siglos, la herida de Tu Mano bendiciéndome
en fuego. (1984)
El sol como la blanca velocidad de Dios en mi cabeza, que
la aspira y desgarra hacia la nuca. (1984)
TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)
El sol entra con mi alma en mi cabeza (o mi cuerpo —con
la Resurrección— entra en mi alma). (1984)
TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)
Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en
este instante, Tu Mano traza un ancla y no una cruz
en mi cabeza.
Quiero beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos
del ancla del temblor de Tu Carne y de la prisa de los
Cielos. (1984)
TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)
Allá atrás, en mi nuca, vi al blanquísimo desierto de esta
vida de mi vida; vi a mi eternidad, que debo atravesar
desde los ojos del Señor hasta los ojos del Señor. (1984)
ME HAN SACADO DEL MUNDO
Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es.
ME HAN SACADO DEL MUNDO
Me cubre una armadura de mariposa y estoy en la camisa
de mariposas que es el Señor—adentro, en mí.
El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos
es el Cuerpo de Cristo —y cada mediodía toco a Cristo.
Cristo es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.
ME HAN SACADO DEL MUNDO
"Mujer que embaracé", "Pabellón Rosetto", "Larga esquina de verano":
Vuelve el placer de las palabras a mi carne en las copas de
unos eucaliptus (o en los altos de "B.", de los cuales
una vez —sólo una vez— vi a una playa del cielo
recostada en la costa).
ME HAN SACADO DEL MUNDO
Manos de María, sienes de mármol de mi playa en el
cielo.
La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás
otro hombre podrá ver mi esqueleto.
LA LIBERTAD, EL VERANO (A mi madre, recordándole el fuego)
Porque parto recién cuando he sudado y abro una canilla y
me acuclillo como junto a un altar, como escondido,
y el chorro cae helado en mi cabeza y desliza su hostia
hacia mis labios, envuelta en los cabellos que la siguen.
(1976)
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con
los cosacos sentados a una mesa bajo el cielo y los eucaliptus
que con ellos se cimbran estos días bochornosos en que camino
hasta las areneras del sur de la ciudad
—el vizcaíno, santa adela, la elisa. (1982)
Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio
suben de nave en nave: Obsesivo verano de fotógrafo
en fotógrafo, ojos del Arponero que rayan lo que miran,
Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado.
(1978)
Después íbamos al África cada día de nuevo —antes que
nada, antes de vestirnos— mientras rugían las fieras
abajo en el zoológico, subía un sol sangriento a sus
jazmines, y nosotros nos odiábamos, nos deseábamos,
gritábamos... (1978)
Instantes de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía
en la sangre de pie de una muchacha desnuda y más dorada
que la escoba: Necesito aferrarme de nuevo a la
llanura, al ave blanca del corpiño en la pileta de lavar,
detrás de la estación y entre las casuarinas. (1984)
Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están
vestidos de invierno, los invito a desnudarse. En las siestas
nos sentamos junto a la bomba de agua y nos miramos:
de nuevo embolsan luz los pechos de ella; él amaba
a los caballos y una vez intentó suicidarse. (1978)
Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto aspirar
este aire azul, este cielo encarnizadamente azul, se pueden
reventar los vasos de sangre más pequeños de mi nariz. (1969)
Y a las siestas, de pie, los guardavidas abatían la sal de sus
cabezas con una damajuana muy pesada, de agua dulce
y de vidrio verde, grueso, que entre todos cuidaban. (1982)
YACE MURIÉNDOSE
Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos
cuando muera el tambor en donde fui formado y hablé
con Él —como un niño borracho— entre sillas caídas,
río crecido y juncos.
Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por
las hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme,
huír, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos
de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién
nacido en el tórrido vientre del silencio. (1985)
YACE MURIÉNDOSE
Nunca más pasaré junto al bar que daba al patio de la
Capitanía. No miraré la mesa donde fuimos felices:
El sol como ese lugar bajo las aguas de un río de tierra y
de naranjas donde antes de aprender a caminar miré a
Dios como un hombre que sabe qué es la guerra. El sol
como esas aguas de tierra y de naranjas donde sin
extrañar la respiración, el aire, lo miré de este modo:
«Recuerdo una victoria lejana (tantos salvados rostros que
después nadie quiere recordarme) y estoy en paz con
mi conciencia todavía». (1984)
YACE MURIÉNDOSE
La dejé sobre un lecho de vincapervincas altas, frías,
violáceas.
Por su final de arroyo, la herida de mi frente llora en las
flores y agradece.
YACE MURIÉNDOSE
Dentro de cuatro días llegará a Tu Océano con uno
de mis soldaditos dormido sobre sus labios. Y se dirá,
sonriéndome: «Es lo poco que hace que este hombre iba
al centro del sol cada mañana con un puñado de
soldados de plomo. Es lo poco que hace que en el centro del
sol, cada mañana, su corazón era un puñado de soldados
de plomo entre gallos" .
Dormido sobre sus labios
Pequeño legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo,
pedacito de Sahara: Vendrán veranos no obsesivos; pasarán
los hijos de mis hijos. (1978)
Yo puedo hachar todo el día pero no puedo cavar todo el
día. No puedo cavar en ningún lado sin estar esperando
que aparezca de pronto un soldado de plomo
entre mis pies desnudos. (1978)
PARA COMENZAR TODO DE NUEVO
Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha
perdido.
PARA COMENZAR TODO DE NUEVO
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con
un chorro blanquísimo sepultado en la vena. (1969)
MAGENTA
Magenta es la barba de Cristo. Como rompiente de mar moja mi rostro: en mi nariz
dibuja su nariz y en sus ojos cerrados pone mis ojos. En mi cara suda, su sangre corre
por ella desde el pelo.
Así empapado estoy con Él, esperando su Resurrección.
Me duele su nariz, su cabeza, su barba, sus labios.
Soy más que un trapo suave, lleno de sueño, blanco de nacimiento; y soy más que
una máscara sobre nariz partida, barba arrancada.
Soy un hombre sobre otro, una boca sobre otra, un beso para Dios pero en la tierra,
donde nadie ve al hombre.
Soy antes y después, en Él, magenta; de sus labios es imposible despegar los míos.
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